La realidad del incendio de la Chiquitania es pavorosa. En cambio, la indiferencia liberal del gobierno frente al problema, es enorme. En ese sentido, por un lado, está el incendio de ricos territorios en flora y fauna sobre tres millones de hectáreas (30 mil kilómetros cuadrados y dura más de dos meses), sin posibilidad de recuperación a corto plazo, con valor de millones de dólares y que hará caer el PIB, por otro, se encuentra la solemne indiferencia liberal de parte del gobierno, pese a la exigencia de los pueblos, de declarar Desastre nacional, como obligan el sentido común y la lógica elemental.
Para combatir el fuego, el Gobierno del Estado Plurinacional hizo algunos esfuerzos, pero tardíos e ineficientes y, en realidad, de mínima cuantía, de tal forma que el incendio sigue progresando. Quiso apagar las temibles llamaradas sobre 30 mil kilómetros cuadrados, inclusive rechazando ayuda extranjera y confiando en que la Pachamama podía defenderse por sí misma, ya que por ella no tiene el menor cariño y, más bien, la somete a duro tratamiento depredador.
A la vez, los intentos oficiales para combatir el fuego fueron (y siguen siendo) sin los recursos técnicos ni personal especializado, excepto alguna ayuda foránea. Es más, aunque lo niegue, no acepta reconocer, de manera alguna, la magnitud del incendio, al oponerse rotundamente a declararlo como Desastre nacional, al parecer para evitar mayor desgaste de su candidato ilegal para las elecciones de octubre.
El rechazo a la sugerencia humanitaria y patriótica de declarar esa medida de salvación nacional resulta una actitud política liberal, de acuerdo con el principio de “dejar hacer y dejar pasar” y, en esa forma, permitir deliberadamente que la catástrofe se universalice.
Rechazar la declaratoria de Desastre nacional implica negar la realidad, porque esa medida no es un asunto pragmático, ni un problema económico, sino un tema humano de elemental principio de solidaridad. Negar esa sugerencia fue caer en el estado patológico del escapismo y en la política de “dejar nomás” o del libre albedrío, convertida en doctrina oficial, similar a la del avestruz; para salir después con la explicación liberal de que se actuó oportunamente.
Declarar a tiempo Desastre nacional ante la quemazón de la Chiquitania, hubiese sido un acto de valentía y responsabilidad y no de falta de valor, con el agravante de que el incendió pasó de 200 mil a más de tres millones de hectáreas. Declarar esa sugerencia no era tanto un acto material y de fuerza, sino una medida moral, de satisfacción a la psicología colectiva.
La política liberal, producto del populismo, de larga data, ha tenido el resultado catastrófico que deploramos vivamente.
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