Venezuela
La decisión de aplicar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca por quince países de la región es un paso extremo para tratar el caso del régimen de Nicolás Maduro y restauración de la democracia. Hubo elecciones que perdió, manifestaciones callejeras gigantescas que reprimió y aplastó, rebeliones militares en escala liliput, que venció sin resistencia. Los intentos de derribarlo y evitar que se consolide un régimen estilo cubano en el norte del continente sudamericano han fracasado. La nueva decisión que busca alejarlo no tiene fecha de aplicación efectiva de los mecanismos previstos por el TIAR, pero ahora luce evidente que después de tanto gritar “viene el lobo”, llegará el lobo probablemente con el uso masivo de las armas convencionales y modernas y, en consecuencia, una guerra rápida y devastadora.
La activación esta semana del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) para el caso de Venezuela sería el paso más extremo para poner fin al régimen de Maduro. El paso siguiente sería la guerra misma, que podría comenzar con un ataque relámpago sobre Fuerte Tiuna, sede del comando de las fuerzas armadas venezolanas en Caracas, y áreas estratégicas en Maracaibo, Valencia, San Cristóbal, Puerto La Cruz, Cumaná y Barquisimeto.
Los estrategas prevén que en las primeras horas de ataque el ejército colapsaría o destituiría al régimen que encabeza Maduro. Los aliados del régimen -Cuba, Rusia, Irán y Nicaragua- se abstendrían de intervenir de manera directa, pues se verían envueltos en un conflicto que no podrían vencer, a menos que estén en condiciones de desencadenar una hecatombe nuclear, que Rusia sería la única capaz de sostener y que no la quiere.
Para ese momento, es improbable que Maduro tenga alguna opción, fuera de entregarse y enfrentar juicios penales de los que nadie lo salvaría.
Las nuevas sanciones anunciadas por Estados Unidos para persuadir al régimen a entregar el mando a Juan Guaidó y anunciar elecciones generales híper vigiladas en medio año, han apretado al máximo las posibilidades no abiertamente bélicas. Esta vez, vía efecto psicológico, también amenazan a sus más próximos aliados en el continente, entre ellos Bolivia. El presidente Evo Morales debe haber evocado con satisfacción el momento en que, hace seis años, decidió retirar a Bolivia del TIAR. Pero el costo efectivo de ese retiro puede no haberse siquiera asomado.
Creado en 1947, cuando la guerra fría estaba en uno de sus períodos iniciales más críticos, el TIAR nunca fue efectivamente puesto en acción.
Llamado también “la OTAN latinoamericana”, lo más cerca que estuvo de ingresar al campo de batalla fue durante la Guerra de Las Malvinas, cuando Inglaterra retomaba las Islas sureñas argentinas de ese nombre. Pero Estados Unidos, también el eje fundamental de la OTAN, optó por sus aliados del primer mundo y el ejército argentino se rindió. La demanda de aplicar el TIAR perdió sentido.
Las naciones que conforman el TIAR, ahora robustecido con Brasil gobernado por Jair Bolsonaro, y Chile por Sebastián Piñera, no parecen dispuestas a dar marcha atrás y dejar que Maduro siga a cargo de la nación más rica del continente hasta la llegada del Socialismo del Siglo XXI, en el que milita Bolivia.
Las cancillerías del continente no tendrán tregua todos estos días, atentas a los movimientos que puedan darse en torno a Venezuela. Después de gobernar 19 años, el régimen fundado por Hugo Chávez está ante jornadas decisivas, capaces de alcanzar un desenlace a muy corto plazo.
Río de Janeiro - Santa Cruz.
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