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[Rolando Coteja]

Encuestas y redes sociales en la mira


La democracia contemporánea tiene como referencia lejana a la democracia de los griegos. Los atenienses combinaban la elección y el sorteo (demarquia) para los cargos administrativos y de la magistratura. El ejercicio democrático, el gobierno del pueblo, estaba asociado a estos dos procedimientos, poco después la clase política optó solo por el primero de estos procedimientos, a fin que se proyectara y estuviera asociada estrechamente a la democracia. De tal modo que las elecciones quedarán como un sinónimo de democracia, mientras el sorteo fuera depuesto y desprestigiado, situación que se registra en la cultura política actual.

La elección, en cuanto procedimiento de selección de personas para los cargos públicos, adquiere un estatus científico solo en su cierre. Parte de su desarrollo está al margen de la ciencia porque descansa en la voluntad o la subjetividad de los electores que no está orientada por ningún procedimiento científico ni técnico. Las matemáticas se aplican únicamente para transformar los votos, la expresión de la libre voluntad de los ciudadanos, en cargos legislativos, ejecutivos y ahora incluso judiciales.

El procedimiento electoral ha sido acogido y es objeto de un complejo desarrollo bajo la protección y orientación de las matemáticas, con la elaboración de fórmulas electorales, las cuales se han convertido en materia de estudio de la Ciencia Política, bajo la idea de las fármulas proporcionales y mayoritarias, además ser parte integrante de las legislaciones comiciales de las democracias contemporáneas.

No hay duda que con todo ello, el método de elecciones ha ganado un enorme prestigio en el campo democrático nacional e internacional.

Ahora bien, el Órgano Electoral Plurinacional que precisamente es el ente encargado de llevar los procesos electorales, se encuentra en el ojo de la tormenta, dado que su accionar deja muchas dudas, no otra cosa es, por ejemplo, el ambiguo empadronamiento que incluso ha sido observado por la propia OEA.

En estos días se vive la efervescencia de las elecciones nacionales, donde una forma de tomar el pulso al asunto es recurriendo a las encuestas, que son una fuente de información, son fotografías del momento, que cuanto más cerca esté el acto electoral, mayor será la posibilidad de obtener resultados que se aproximen a la realidad. Por lo citado, hay países (entre ellos, Bolivia) que prohíben la divulgación de las encuestas días antes de las elecciones, dado que éstas pueden influir en el ánimo de los electores.

En toda encuesta electoral existe un margen de error que al final puede proporcionar una estimación sesgada de los resultados. Sin embargo, lo peor que puede pasar es que las encuestas en nada acierten, como sucedió con el plebiscito de Colombia que buscaba la aprobación popular del Acuerdo de Paz alcanzado por el Gobierno y las FARC (contra todos los pronósticos, el No ganó con el 50,22%), el referéndum sobre el Brexit -acrónimo de las palabras inglesas Britain y exit, ‘salida’- retiro del Reino Unido de la Unión Europea (el 52% de británicos votó a favor de abandonar la UE), las elecciones presidenciales en Estados Unidos donde todas las encuestas daban por descontada la victoria de Hillary Clinton, empero, el ganador fue Donald Trump.

Similar situación se produjo en Argentina, antes de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO), la mayoría de las encuestas daba al actual presidente (Mauricio Macri) un triunfo con más del 3% de ventaja sobre el segundo (Alberto Fernández), pero sucedió lo inesperado, Fernández captó el 47,78% de los votos, mientras que Macri obtuvo el 31,80%, nadie imaginó que el candidato de la oposición hubiera podido ganar de forma tan abrumadora.

A propósito, en 1940 los sociólogos Paul Lazarsfeld, Bemald Berelson, Hazle Gaudet, en su obra “El pueblo elige”, realizaron una investigación sobre la formación, los cambios y la evolución de la opinión pública en las campañas electorales que se efectuaron en Estados Unidos, llegaron a la conclusión que éstas eran un proceso básicamente para garantizar votos, más que para reflejar la intención de voto. Asimismo, que los contactos personales directos eran los estímulos más importantes en los cambios de opinión.

Contextualizando con la coyuntura actual, es muy posible que con el ingreso de las nuevas tecnologías de la información y comunicación, como internet, las cosas cambien, la influencia de las redes sociales puede ser decisiva, ¿quién sabe? Mucho más si se toma como referencia las declaraciones de Donald Trump, quien aseguró que su triunfo se debía a las redes sociales, para luego complementar que “las redes sociales son más poderosas que el dinero de campaña” (sic).

A propósito, según el último reporte de la Autoridad de Fiscalización y Regulación de Telecomunicaciones y Transportes (ATT), señala que el número de teléfonos celulares registrados en Bolivia, son 13 millones, lo cual supera con creces a la población del país estimada en 11 millones de personas.

Varios medios de comunicación ya en el 2013 informaban que el 83% de la población contaba con un aparato celular. Asimismo, la Agencia de Gobierno Electrónico y Tecnologías de Información y Comunicación (AgeTic), en el 2017, revelaba que el 67,5% de la población era usuario de internet, eso significa que la mayoría de los bolivianos está conectada a las redes sociales.

Siendo así, no está dicha la última palabra, solo queda esperar los comicios electorales del 20 de octubre, puede haber sorpresas o por lo menos clivajes poco comunes.

El autor es Politólogo – Abogado, docente UNIFRANZ.

rolincoteja@gmail.com

 
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