Marcelo Miranda Loayza
La vida en sociedad debe ser regulada por la norma legal, la misma que emana de acuerdos y necesidades sociales, la política como tal en este sentido vendría a ser la fórmula permisible y consensuada de la administración de la violencia legal, resguardando con ello una adecuada vida en sociedad.
Las personas creyentes no pueden ni deben mantenerse absortos ante situaciones puntuales del quehacer político, es más, deben enriquecerla con una mirada de FE para así coadyuvar en la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
La iglesia al ser parte de la sociedad también tiene la obligación y el mandato de dar pautas de conducta moral y ética, iluminando con la FE al quehacer diario de la política y del derecho.
Coadyuvar en la construcción del Reino de Dios en la tierra no debe entenderse como un fenómeno puramente espiritual, al estar la Iglesia inmersa en medio de la sociedad, es necesario que ésta vele también por situaciones puntuales dentro del quehacer político y social, tratando de guiar con la luz del evangelio una adecuada vida en sociedad. Si bien el Estado es un ordenamiento profano, no podemos olvidar que éste se funda en la naturaleza propia del ser humano, por ende la Iglesia no puede dejar de aportar su sapiencia en este ámbito en particular.
Joseph Ratzinger (Papa Emérito Benedicto XVI) decía de manera categórica: “Un derecho que no se fundamenta moralmente, se convierte en injusticia. Una moral y un derecho que no proceden de la mirada hacia Dios terminan degradando al hombre, ya que lo privan de su más elevada referencia y de su mejor posibilidad y le niegan la visión de lo infinito y eterno”. Tomando en cuenta que la administración estatal depende muchas veces de la coyuntura política y social de cada Estado en particular, mientras más desordenado e improvisado sea éste, mayor será la desvirtualización de la política y del derecho, deformando al Estado, convirtiéndolo en totalitario y a la vez en fácilmente corrompible.
En este sentido la desmitificación del Estado juega un papel importante en la arena política, el Estado todo poderoso, fundamentado en corrientes políticas totalitarias, da a lugar a un pluralismo que al estar alejado de la divinidad y del encuentro con Dios, no genera una aceptación plural del prójimo, sino todo lo contrario, desata sentimientos que descalifican al otro y desconfían de todos.
Ratzinger describía está situación de manera clara en su discurso en Westminster Hall, “Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil”. Es justamente ahí donde el rol de la iglesia resulta fundamental, la ética cristiana dentro de las problemáticas propias de la política tiene que ser luz y guía, si se termina por humanizar la ética se termina por deshumanizar la política.
La política debe seguir un curso ético, ligada a una espiritualidad laica con fuertes cimientos morales, los cuales provienen de siglos de magisterio y tradición cristiana, la vivencia de la política por ende es también menester de una iglesia misionera y profética. El papel del laicado en la política debe estar ligado intrínsecamente a estos dos mandatos, tratando de articular principios racionales, dejando en claro que no puede existir libertad fuera de la verdad, por ende los principios éticos y morales que emanan de la Fe no pueden ni deben ser negociados bajo un falso pretexto de activismo político, ecológico o social.
La política constituye un reto para la iglesia en toda su dimensión, pero no desde un punto de vista político - partidario, sino desde el aporte de Fe basada en la razón, siendo plural, pero sin aceptar un relativismo moral que ponga en juego la primacía de la ley natural.
El autor es Teólogo.
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