La Venezuela de ayer fue sumamente diferente a la de hoy. Qué épocas aquéllas. “Cambia, todo cambia”, diría Mercedes Sosa, la mayor exponente del folklore argentino.
De veras que todo cambia: los tiempos, los pueblos, los hombres y los gobiernos. Nada es permanente ni sempiterno.
La democracia permitía una fluidez política sin precedentes en la región. La alternabilidad en el gobierno era inevitable. Nadie alentaba el despropósito de perpetuarse en el Poder. Se resguardaba las libertades ciudadanas. Estamos hablando de aquel país en la década del 60 del siglo pasado.
“Al dejar detrás de mí las puertas de Miraflores, no dejo nada que pueda perturbar mi ánimo ni atemorizar mi conciencia. Los corredores y cámaras del viejo Palacio quedan limpios y sin máculas de intrigas ni de maldad. Allí no se maquinó ni se fraguó nada contra el pueblo, cuyo verdadero espíritu fue allí siempre el soberano. Siempre se le respetó, se le quiso y se trabajó para él exclusivamente. No tengo nada que temer” (1). Así se expresaba el presidente Raúl Leoni, a tiempo de dejar el mando a su sucesor Rafael Caldera.
Se iba con la conciencia tranquila y el deber cumplido. Su actitud enriquecía la praxis del sistema democrático venezolano. A partir de ese momento reanudaría su actividad particular, rodeado de su familia.
En consecuencia: la alternabilidad en el gobierno daría paso a una nueva pléyade de ciudadanos que tendría que proseguir con el trabajo pendiente de su antecesor.
Los principios democráticos, que resurgieron adecuadamente remozados gracias al empuje y lucha popular, permitían la sucesión gubernamental en la patria de Simón Bolívar. Y nadie, ni por ventura, abrigaba la intención de prorrogarse, de por vida, en el Poder.
Ahora Venezuela vive tiempos autoritarios. Es decir con desconocimiento de las reglas del juego democrático. Con la presencia de quienes no quieren dejar la “mamadera”. Con una población que sobrevive al hambre y miseria. Con miles de venezolanos que huyeron en busca de mejores días en otros países.
“Nuestras riquezas sanamente administradas crearán mayores riquezas. Nuestros recursos humanos, de muy alta clase, persuasivamente conducidos y orientados forjaran una población cada vez más homogénea y apta para enfrentar las exigencias de nuestro tiempo, y capaz por eso mismo de demostrar que esos recursos humanos constituyen nuestra principal riqueza” (2), aseveró, a propósito, el presidente Leoni.
La realidad venezolana es desastrosa y por tanto dolorosa. Pero los que detentan el Poder son ajenos a esa realidad. Es decir, no sufren sus consecuencias nefastas.
En suma: es hora de que resurja el sol de la libertad para Venezuela.
(1) “V mensaje al Congreso Nacional del Presidente de la República Dr. Raúl Leoni”, Editorial Arte, Caracas – Venezuela, 5 de marzo de 1969, Pág. 63.
(2) Ídem. Pág. 62.
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