Algo más que palabras
“Una ciudadanía que no custodia sus raíces, que no escucha otras experiencias vividas, difícilmente va a poder avanzar en nada”.
Reconozco que me emocionan esas sociedades armónicamente libres, incluyentes con todas las edades, responsables ante los desafíos del mundo actual, que han tomado como lenguaje la conciencia crítica, y que contribuyen de este modo a la concordia y al cultivo de la unidad entre moradores diversos. Sin duda, son estas marchas colectivas o individuales, hacia esa singular identidad que todos poseemos, las que nos humanizan, haciéndonos crecer hacia ese perfil poético, verdaderamente trascendente, más allá de lo que soy en el camino de los días.
Ahí quedan nuestros andares, sustentados en la humana perspectiva del tiempo, que han de hacer reflexionar a las futuras generaciones. Somos gente de verbo, con capacidad de discernir el bien del mal, con una misión concreta, que ha de considerar la ley moral y natural como semántica orientativa de los actos a realizar. No importan los tiempos. La agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) reconocen, como es legítimo, que el desarrollo únicamente se puede lograr si se incluye a todas las edades.
Precisamente, ante los retos del envejecimiento en el planeta, yo siempre digo lo mismo, es una gran riqueza tenerles para poder cohesionarnos. Tienen ganada la cátedra de la vida, y por ello, son un referente vivencial que puede aportarnos sabiduría y luminosidad para encauzar los nuevos tiempos. Una ciudadanía que no custodia sus raíces, que no escucha otras experiencias vividas, difícilmente va a poder avanzar en nada. No podemos olvidar que somos gente necesitada de ternura, y que una de las acciones más bellas de la vida de familia, es poder acariciar a un retoño o dejarse acariciar por un antecesor. De ahí, la importancia de suprimir de nuestro mundo discriminaciones absurdas que nos enfrentan unos con otros.
Si como decía el inolvidable filósofo griego Aristóteles, “el único Estado estable es aquel en que todos los ciudadanos son iguales ante la ley”, también lo sean los encargados de aplicarla, pues sólo de este modo se podrá aminorar tantas incertidumbres y desigualdades, cuestiones que realmente nos amortajan esta supervivencia mundana. En cualquier caso, a pesar de los muchos pesares, no perdamos jamás la esperanza. Justamente, en ese viaje hacia la ecuanimidad que otorga la madurez, aparte de que nos convenga dejarnos sensibilizar por esas desigualdades y abandonos durante la vejez, es menester explorar otras políticas más creativas ante el curso de la vida, tales como el aprendizaje permanente, la protección social, la cobertura sanitaria universal, e incluso medidas laborales proactivas y adaptativas.
Téngase en cuenta que, entre 2015 y 2030, se espera que el número de personas de sesenta años o más aumente de 901 millones a 1.400 millones. El incremento de este envejecimiento poblacional lo que ha de hacernos es repensar e interrogarnos sobre el espejo de nuestra silueta, no vayamos a perder la memoria, puesto que más pronto que tarde también nosotros llegaremos a esa longevidad fatídica en la que apenas contamos nada, ni para nuestros propios descendientes. Requerimos, por tanto, de grafías menos inhumanas. Por desgracia, vivimos en una época en la cual a los ancianos no se les considera, si acaso se les ve como una carga, obviando que forman parte de nuestra vida, y que son nuestra savia.
En consecuencia, reivindico en esa marcha nupcial hacia el verdadero perfil humanístico, una mejor orientación para ese encuentro consigo mismo y con nuestros análogos. A veces, incluso sin pretenderlo, nos dejamos maquillar por ideólogos a los que les importa bien poco nuestra específica analogía. Continuemos siendo nuestros exclusivos autores e igualmente lectores de nuestra propia existencia. No permitamos manejos que nos esclavicen a su antojo. Uno tiene que vivir y dejar vivir como le plazca; eso sí, respetando siempre a los demás, ya que igual que uno se pertenece, también afecta con su historia a la humanidad.
Consecuentemente, tampoco nos conviene dejarnos seducir por contiendas inútiles, como puede ser la actual batalla entre géneros o la mezquina plaga del odio que se viene sembrando por todos los continentes del planeta. Desde luego, urge que todos cooperemos solidariamente para derrotar tantas cruzadas absurdas e inútiles que nos hemos injertado en vena. Aunque nos duela decirlo, creo que no vamos por el buen camino, necesitamos avivar lo preciso para garantizar de que somos capaces de resolver los dramáticos problemas a los que nos enfrentamos cada día, sabiendo que nuestra identidad no es un dato más, sino más bien un deseo de vivir y de donar fortaleza; porque en realidad la muerte no forma parte de nosotros, llega y cuando nos alcanza, uno tampoco es lo que era.
El autor es escritor.
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