Clepsidra
A escasos días de las elecciones generales a la presidencia del Estado, debemos reconocer que ni los más duchos encuestadores y menos los organismos de inteligencia del régimen, fueron capaces de acertar una cifra aproximada sobre la apoteósica asistencia de ciudadanos que acudieron al cabildo de la cruceñidad, realizado a los pies del Cristo Redentor.
Dicha expresión histórica de civismo, donde la realidad derrotó a la ficción y a todas aquellas imposturas que daban por hecho que Santa Cruz nunca gravitaría en la política nacional, al igual que los pueblos occidentales, puso en evidencia una verdad muy distinta, y hoy, al margen de ser la región de mayor desarrollo de Bolivia, es también la única que ha sabido organizarse multitudinariamente y plantear pilares concretos de acción, para lograr una Bolivia nueva.
La candidatura del binomio oficialista fue el primer tema abordado y rechazado unánimemente por su ilegalidad, al no haber respetado el resultado mayoritario del referéndum del 21 de febrero de 2016, que le negó una nueva postulación. El propio presidente del Comité Cívico Pro - Santa Cruz advirtió sobre un posible fraude en dichos comicios, y llamó a sus seguidores a la “rebeldía y desobediencia total” si éste se concretara.
El tema del federalismo fue también una exigencia planteada, fórmula que los bolivianos no deberíamos considerar como un afán separatista, sino como el modelo de Estado que brindaría una mayor autonomía a los pueblos, así como alguna vez se planteó y ejecutó en países hermanos como: Argentina, Brasil, México y Venezuela, sin fracturar su unidad nacional. Hoy, son diversos los factores como la economía, la demografía y hasta la misma historia que deparan a Santa Cruz el destino de convertirse en la locomotora de la Bolivia moderna.
Sin duda alguna, es menester hacer énfasis en que la horrible quema que sufrió la Chiquitania y conmovió a toda la bolivianidad por tan aberrante atentado al medio ambiente, fue el detonante para este despertar camba que apoyamos y aplaudimos sin retaceos y sin la necesidad de obsequiar un caballo al autócrata, parodiando los devaneos de Mariano Melgarejo.
No olvidamos que, tras la victoria masista, por más del 52% de la preferencia electoral, nuestra esperanza fue contar con un presidente indígena que, desterrando los vicios y actitudes del pasado, inicie en Bolivia un gobierno de inclusión y unidad. Un nuevo Nelson Mandela que llegue al solio presidencial para construir una nueva Bolivia; que luche contra el racismo, no contra la raza; destierre el apartheid, no al blanco. Sin embargo, pronto nuestras ilusiones se vieron defraudadas, desde el instante en que el mismo Hugo Chávez presidió el primer gabinete ministerial, y tuvo el tupé de realizar su programa radial: “Aló presidente” desde la localidad de Tiawanaku.
Bolivia será grande cuando en los actos gubernamentales primen el honor y la sabiduría, sin colocar a la democracia entre la santa Cruz y la espada.
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