En el lenguaje español se entiende por perfil al adorno sutil, contorno de una figura y otras acepciones y perfilar es recuperar los perfiles de una cosa, de ahí se usa en el habla común como las características que debe tener una cosa, y en este caso nos referiremos a las que debería tener el presidente del Estado boliviano. Para ello tomaremos como ejemplo a los dos presidentes más destacados de la historia política de nuestro país en los siglos XIX y XX, Andrés de Santa Cruz y Víctor Paz Estenssoro.
Para comenzar y debido a la complejidad de la administración del Estado, más aun, de un Estado como el nuestro que adolece de atraso y subdesarrollo, el presidente debe ser una persona que tenga un nivel aceptable de conocimientos, es decir de cultura, de tal manera que pueda comprender la situación de la sociedad boliviana y sus problemas, es decir la “realidad nacional”. Mejor si este personaje tiene formación académica científica y experiencia en la administración del Estado.
Es también deseable que éste sea una persona honorable, de respeto, que tenga credibilidad y sus actos sean siempre ajustados a la ética y el derecho, es decir una recia formación en valores éticos y de cumplimiento de las leyes. Además que por formación siempre haga lo que dice, y no como es costumbre en la politiquería se dice una cosa y se hace otra.
Otra característica del presidente tiene que ser su humildad cristiana, la que predicó Cristo, “sed humildes”, pues cuanto más alto se está, se debe ser más humilde, dejando de lado la soberbia del poder que enceguece a los gobernantes y los eleva a la categoría de semidioses, de donde se origina el “caudillismo” que es un mal nacional y camino al mal gobierno.
El gobernante debe sentirse “presidente de todos los bolivianos” y no solo de algunos que son sus seguidores, a quienes les da la categoría de ser el pueblo, excluyendo a los demás que tienen un pensamiento político distinto al del gobernante, y que suelen ser la mayoría, pues una de las características de la sociedad democrática es la diversidad de pensamiento, que debe ser respetada y aceptada, siempre que no vulnere la ley.
El presidente tiene que ser un individuo austero, porque la sociedad que gobierna es pobre en su mayoría, y no es bueno que el gobernante haga gala de vida suntuosa, exorbitantes gastos, viajes inútiles o de placer, mientras la mayoría de la población vive diariamente a nivel de subsistencia, pues no debe olvidar que él es un ciudadano más, el primer ciudadano por voluntad mayoritaria del pueblo.
El que ejerce el gobierno del Estado debe estar consciente que es un servidor de la comunidad, a la que le debe su función y a la que debe atender en sus necesidades más premiosas, buscando el bienestar común o de todos sin exclusiones, y no solo el de sus parciales, pues esa es la finalidad del Estado, el “bien común”.
El gobernante tiene que ser una persona que respete los derechos humanos, la libertad, la propiedad privada, el acceso a la salud, a la educación, a una justicia independiente y oportuna, a un empleo digno, a los servicios básicos, a una vida digna, dejando de lado la demagogia, el oportunismo, el cinismo y lo impostura, ya que no debe olvidar que el ejemplo es pedagogía. Asimismo, el respeto, la consideración, el diálogo y la conciliación deben ser los caminos al buen gobierno.
Defender y sostener la institucionalidad de las entidades públicas y privadas, pues cada una tiene que cumplir una función específica en beneficio de la sociedad, que está señalada en las leyes públicas y estatutos privados. Nunca debe perder de vista que los recursos públicos son de todos y cada uno de los habitantes, y en consecuencia su manejo debe ajustarse a las previsiones de las normas de administración y control fiscales, además de responder a planes y programas previstos.
Debe escoger para sus colaboradores a personas capaces, dignas y honradas, y jamás a serviles, nefastos y adulones, porque éstos le llevarán al fracaso y, en consecuencia, al perjuicio de los gobernados. Un hombre inteligente se rodea también de hombres inteligentes y probos, que le van a decir lo que debe oír, no lo que quiere oír.
Finalmente, entre otras características, el presidente debe ser una persona que ame profundamente a la Patria, y no sólo desde que ejerce la función de gobernante, sino que su vida haya sido siempre de servicio a los demás, como lo enseñó Cristo: “vivir para los demás”, pues creerse dueño del poder, un iluminado para salvar al pueblo, ha sido el pretexto de los dictadores y tiranos que han ensangrentado la historia, pues no sólo se gobierna para hoy, sino para la historia, cuyo juicio es inapelable.
De los buenos gobernantes depende, en buena medida, el bienestar común, el desarrollo y crecimiento de la sociedad y la buena salud de la Patria.
El autor es Abogado, Politólogo y escritor.
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