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Ciberespacio con 4.500 millones de habitantes

Antonio Pulido

Día a día todos nosotros somos más ciudadanos del mundo, hombres y mujeres pertenecientes al nuevo mundo global y virtual del ciberespacio. Se puede ser nacionalista o incluso localista, pero no renunciar a nuestra interconexión a escala mundial. No tiene sentido la consigna del presidente Trump lanzada, hace poco, en la Asamblea General de Naciones Unidas: “el futuro no pertenece a los globalizadores, sino a los patriotas”.

Personalmente estoy muy sensibilizado con el tema de la nueva globalización, al que vamos a dedicar un próximo monográfico (Globalización 4.0) de la revista Economistas (@cemad_es), en que participan más de 20 expertos sobre características, implicaciones presentes y futuras en tecnología, impactos sociales, trabajo u organización de empresas.

Así emergen con fuerza conceptos propuestos por Richard Baldwin como globótica (globalización tecno/robótica) o telemigración (migrantes sin desplazamiento físico a través de las telecomunicaciones)…

La realidad, incuestionable, es que el mundo es cada día más global. Las personas están más interconectarlas a escala mundial; las compras se hacen a cualquier país sin que importen distancias físicas; las empresas son menos identificables por la nación de origen; se valora más lo que se diseña y los servicios que presta un producto, que dónde se fabrica; los empleados pueden formar parte de equipos repartidos físicamente por diferentes países.

Ya hace más de veinte años en Europa se hablaba de un nuevo mundo virtual (A virtual New World, Council of Europe, 1998). Decía el informe que “la increíble revolución en tecnologías de la información y las comunicaciones ha dado lugar al nacimiento de múltiples escenarios futuristas que especulan sobre un futuro cibernético que incluye comunicaciones a alta velocidad, redefinición de las relaciones interpersonales y a una red de superpistas de comunicación que conecten todo el planeta”.

Pero también avisaba de que habría que civilizar el ciberespacio y compaginar Internet con los valores de libertad de la humanidad y considerar los aspectos culturales y éticos del cambio: “El progreso tecnológico no debe permitirse que engendre un nuevo tipo de aislacionismo, un mundo nuevo de personas excluidas del universo virtual e interactivo”.

Al parecer, el término ciberespacio se utiliza ya en 1984 para referirse al lugar en que se produce un conjunto descentralizado de redes de comunicación que van configurando Internet, un híbrido entre lo real y lo virtual en que se toma decisiones de compra, ampliación de conocimientos, investigación, trabajo o juego.

Restringido inicialmente a Internet, las nuevas tecnologías (p.ej realidad aumentada) amplían sus opciones a todo tipo de ciberespacios en que interviene una comunidad virtual, que simula un entorno artificial en que pueden interactuar varios usuarios, como comunidades educativas, juegos de roles o videojuegos on-line multijugadores.

Pero incluso referido solo a Internet, debemos ser conscientes de que existe un nuevo mundo global y virtual al que pertenecemos, cada vez con mayor dedicación, una parte importante y rápidamente creciente de la población mundial a escala personal o institucional.

Según datos recientes, ese mundo paralelo, global y cibernético, tiene en 2019 unos 4.388 millones de internautas, lo que supone un 57% de la población mundial.

Por referirme sólo a España, del orden del 86% de sus habitantes pertenecemos a ese mundo (datos del Banco Mundial referidos a 2017-18) con una dedicación que supera las cinco horas diarias, de las que más de hora y media se centran en redes sociales. Incluso los adolescentes parecen superar las nueve horas diarias de pertenencia a ese nuevo mundo, de las cuales un 60% del tiempo transitan por las redes sociales.

No digo que ese nuevo mundo global en el ciberespacio sea un “mundo feliz”, justo y exento de problemas. Está acosado por hackers, posibilita una ficción de la realidad, incluso con fake news, permite la acción de agrupaciones de depredadores y delincuentes de todo tipo, puede convertirse para algunos en una droga alienante y ser un prototipo de brecha digital para personas y países (de Islandia con un 99% de internautas a Somalia con un 2%).

Pero, con todas sus limitaciones y peligros, lo que no puede negarse es que ese nuevo mundo ciberespacial y global existe, condicionando toda una parte importante y creciente de nuestra actividad en el mundo real.

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