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Una reflexión sobre la calidad de la educación

Luis Armando González

II

Ahora bien, esos saberes científicos y filosóficos (y teológicos) deben ser asimilados, cultivados, producidos y reproducidos según haceres diversos que forman el amplio abanico de las metodologías y las didácticas de enseñanza-aprendizaje que se fraguan al calor de las exigencias y necesidades de cada segmento de la sociedad en proceso de formación (y autoformación) educativa. Los saberes que sostienen la calidad de la educación no son asimilados y cultivados de igual modo por todos los miembros de la sociedad integrados al sistema educativo en sus diferentes niveles; esa asimilación y cultivo no sólo son procesuales y graduales, sino que requieren de procedimientos particulares (métodos y técnicas) que lo hagan posible en cada etapa de la evolución psicobiológica de las personas.

Dicho de otro modo -y de una forma directa y simple- los contenidos formativos son asimilados, cultivados, producidos y reproducidos a partir de unas metodologías y didácticas de la enseñanza-aprendizaje que nunca son un fin en sí mismas, sino que están en función de los primeros en cada tramo (fase, etapa, grado) del proceso educativo.

Separar los contenidos formativos (que en estos tiempos deben ser fuertemente, aunque no exclusivamente, disciplinares) de las metodologías y didácticas no contribuye a la calidad de la educación.

Apostar por los meros contenidos formativos sin tomar en consideración las metodologías y las didácticas tampoco contribuye a la calidad educativa; lo mismo que dejar de lado los contenidos formativos a favor de las metodologías y las didácticas no hace un bien a la calidad de la educación.

Como en tantas cosas, lo correcto es el sano equilibrio, en este caso entre una sólida formación disciplinar (solidez que se tiene que construir gradualmente a lo largo del proceso educativo) y unas metodologías y didácticas creativas y diversas que permitan la construcción de un proceso educativo orientado hacia la calidad.

Visto desde la calidad, el proceso educativo descansa centralmente en la asimilación y cultivo del conocimiento científico, literario, filosófico y teológico. No es algo gratuito. Y ello no sólo porque al conocimiento le son intrínsecas una serie de bondades (como la búsqueda de la verdad, la libertad en el cultivo de las ideas, la tolerancia, la racionalidad, la crítica y el rigor), sino porque en las sociedades contemporáneas el conocimiento científico y sus vínculos con la tecnología son una clave para el desarrollo integral de los grupos sociales y los individuos.

Las sociedades cuyos sistemas educativos obran de espaldas al saber científico y filosófico no sólo se cierran las puertas para el desarrollo como proyectos de nación, sino que cierran a sus ciudadanos las posibilidades de acceder a opciones de bienestar personal que les permitan mejorar su vida. En otras palabras, no se hace algún bien a los niños, niñas y jóvenes cuando se les niega la oportunidad de acceder a saberes esenciales para valerse por sí mismos en un mundo hostil, cambiante y dominado por la ciencia y la tecnología.

¿Tienen que hacer los sistemas educativos más de lo apuntado? Quizás sí. ¿Qué tanto más tiene que hacer? No se sabe: será mucho o poco, según las necesidades y los enfoques de cada quien. Sin embargo, lo que no debería estar en discusión es que si en algo no deben fallar los sistemas educativos es en fomentar una educación de calidad. Si no fallan en esto su contribución a la sociedad será de una enorme trascendencia; si fallan, el daño será (es) de unas graves consecuencias sociales y culturales.

De tal suerte que lo primero que tienen que hacer los sistemas educativos en sociedades como las nuestras -y en estos momentos de su historia- es cumplir su responsabilidad con la calidad educativa tal como ésta se la entiende ahora. A cualquiera le puede parecer poca esa responsabilidad, pero no lo es. Tanto es así que cumplirla requiere de esfuerzos de enorme envergadura, para los cuales muchos sistemas educativos enfrentan obstáculos casi insuperables no sólo en recursos, sino de tipo ideológico y político…

 
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