Las elecciones generales del día domingo pasado congregaron una buena participación ciudadana con vocación de contribuir a un nuevo amanecer boliviano, capaz de llegar al puerto seguro de una real convivencia democrática. Sin embargo, aún se proyecta un doble fraccionamiento de nuestra nacionalidad. Uno que torna su mirada a un pasado ya remoto de sometimiento y explotación, visión que le impide actuar con mentalidad libre y adecuada a la diversidad de ideas del mundo actual y, el otro, mejor orientado e imbuido de anhelos de conciliación y tolerancia. A esto nos invita nuestra pertenencia a un país común. Basta de divisiones y de aislamientos.
La elección participativa llevada a cabo puede y debe ser el inicio de una nueva convivencia despojada de rivalidades. No podemos seguir bajo las señales del vencedor impune, absolutista y vengativo. Del mismo que piensa: “Ahora me toca, todo el poder es mío” y se dice “si soy el ganador impongo a todos mi voluntad y mi despotismo”. Esto y mucho más lo hemos visto en distintas etapas y ahora lo vemos todavía: para los contrarios, los opositores, la persecución, la tortura revestida de juicios por tribunales dóciles y a la vez temerosos. Albergan el designio de que por inanición se extingan los sectores, las clases sociales consideradas adversarias. Así lo sostienen y proclaman los semidioses del poder.
Otros pueblos han logrado un verdadero pacto social que les permite disfrutar de paz, justicia social y convivencia en el ámbito de una democracia moderna. ¿Por qué no podemos nosotros? Esas naciones antiguas y occidentales han vencido conscientemente su pasado de guerras y hegemonías sangrientas de unos contra otros, de totalitarismos y de supremacías nacionales. Nos toca recorrer los senderos de libertad y pluralidad de ideas, no de caprichos y falsas vanaglorias. La igualdad de oportunidades sin sectarismos y con respeto a la personalidad debe ser un valioso norte. Debemos crear una cultura de la legalidad.
Sensiblemente, en América Latina no somos los únicos que vivimos ambicionando el poder para usarlo por el desastre. En un ámbito como ese florece el exuberante verano del abuso del poder, de la impunidad y la corrupción. Así como algunas veces fuimos un referente revolucionario -si se quiere- aspiremos ahora a ser el ejemplo de un nuevo ciclo político. Debemos plantearnos el retorno a la institucionalidad, al orden para vivir y dejar vivir, superar la herencia de la demagogia, plasmando una democracia digna y cristalina. Si estamos en un momento de inflexión debemos dar el primer paso hacia la cordura social, deshacernos conciencialmente de las supremacías sectoriales y políticas.
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