Las elecciones generales del pasado domingo que pudieron significar conductas dignas y arrojar resultados transparentes, resultaron contrarias a lo esperado. El proceso mismo se llevó a cabo en ambientes de cordialidad y hasta seguridad de que cualquier dificultad sería allanada en concordancia con principios de dignidad, alta moralidad que impliquen unidad y armonía entre todos. Lamentablemente, comportamientos indebidos de quienes debieron dirigir con transparencia todo el proceso, han dado lugar a la presencia de acciones que determinaron la decepción y condena por parte del electorado; casos de ánforas circulando en sitios ajenos a los recintos electorales en que había el suficiente espacio para realizar los cómputos; presencia de papeletas que habrían sido adulteradas, inscripción de ciudadanos que elevó el Padrón Electoral en forma arbitraria y contraria a principios elementales de honestidad y, además, que sean el resultado de la real cantidad de habitantes del país.
Los yerros cometidos dieron lugar a problemas de magnitud porque fue el pueblo que descubrió lo malo, lo fraguado de lo que podía ser ejemplar en rectitud y que inspire confianza; un proceso que tenía las mejores perspectivas para demostrar que tanto el gobierno como el Tribunal Supremo Electoral podían dar ejemplos de honestidad y responsabilidad y no resulten muestra de indignidades que el país no pudo concebir y menos soportar.
Cuando se tenía certeza de un cómputo que llegaba al 83%, surgió la posibilidad de una segunda vuelta en razón a que las perspectivas así lo determinaban dados los resultados; pero ese conteo fue interrumpido abruptamente sin explicación alguna, retomando el mismo a las casi 24 horas. Este hecho determinó que se presentaran en todo el país reacciones como muestra de la decepción y frustración que dieron lugar a extremos que nadie esperaba: incendios de inmuebles y vehículos, secuestro de maletas conteniendo actas ilegales y que resultaron muestra terminante de un fraude o, por lo menos, la posibilidad segura de que las anomalías fueron característica del acto electoral en muchas mesas. Sin embargo de todo ello hay un hecho extraño: el vocal del TSE Antonio Costas, presentó recién el martes su renuncia a los cargos de vocal y de vicepresidente del Tribunal con el argumento de no haber sido escuchado por los demás vocales para que no se detenga el cómputo y se respete lo computado hasta las 19:30 del día domingo. Cabe reflexionar, entonces, cuando hizo los reclamos que no fueron aceptados ¿Por qué no renunció entonces y dejó que pasen 24 horas en que se produjeron los hechos más graves, recién el día 22 +/- a hrs 17:00?
Hubo discrepancias y desacuerdos pasajeros en varios recintos pero fueron superados rápidamente; lo grave fue comprobar más hechos anómalos que determinaron que los extremos se agranden y adquieran condiciones que dieron lugar a enfrentamientos con las fuerzas policiales que actuó para evitar vandalismos y extremos que causarían desencadenamiento de hechos cuyos resultados podrían ser graves para la convivencia ciudadana. El hecho de haberse cumplido con el deber de votar y, a la vez comprobar conductas contrarias a la Constitución, las leyes y las esperanzas ciudadanas, dio lugar a que emerjan condiciones propicias para los enfrentamientos y excesos aprovechados inclusive por incrustados que nunca faltan y no consideran los derechos ajenos.
Considerando lo ocurrido con el Referéndum del 21 de febrero de 2016, se dio los bríos necesarios para que la indignación sea mayor por parte de muchos electores, caldeada por la presencia de candidatos del oficialismo que intervenían contrariando lo determinado por la Constitución y resultados del 21F.
Así los hechos, ante lo ocurrido posteriormente hasta altas horas de la noche, en que adquirieron mayor gravedad, y exigida una segunda vuelta, es urgente buscar las mejores condiciones para el retorno de la concordia y paz entre todos porque en ámbitos de desacuerdos e intransigencias, sólo se pueden agravar situaciones inmejorables para el reinado de la anarquía. El país, conjuntamente instituciones, espera que los ánimos se apacigüen, que la comprensión y la necesidad de unidad y concordia sean las bases para superar lo ocurrido y, además, que las experiencias sufridas sirvan para comprender que, bajo ningún motivo se puede vivir marginados de la Carta Magna y las leyes; menos exponernos a la vigencia de actos extremos que causen daño a la comunidad y a los bienes públicos y privados; que nuestra vida esté regida por la institucionalidad que tiene como base la honestidad, la honradez y la responsabilidad.
Es preciso, pues, entender que solamente unidos, solidaria y fraternalmente, podemos superar las decepciones y frustraciones sufridas por los resultados experimentados con las últimas elecciones y actuar en consonancia con la verdad y certeza de que no puede haber mayor beneficio que el acatamiento de virtudes y principios que resultan conveniencias del pueblo que, al fin de cuentas, son básicas para las bendiciones de Dios que sabe de nuestras realidades y que espera comportamientos dignos.
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