Algo más que palabras
“Seamos agentes de concordia”.
Los moradores de este mundo, con sus gobiernos y nuevas generaciones al frente, han de sosegarse y aminorar tensiones, que lo único que hacen es propiciar atmósferas ya vividas en otro tiempo, y esta es una época que ha de ser activada e instruida en la tolerancia. La necedad no es buena para nadie. Despertemos y despojémonos de tantas falsedades. Continuar oprimiéndonos unos a otros es la mayor simpleza a la que podíamos evolucionar, con la consecuencia de cerrarnos en nosotros mismos, engañándonos al pensar que hemos hallado mayor libertad y autonomía. Dejémonos de traicionar.
Reconduzcámonos y reconciliémonos, que la vida es para vivirla en comunidad gozosamente, y no como una tortura, sino como un tiempo en predisposición armónica, reconociendo los derechos fundamentales de nuestros análogos, fomentando la solidaridad, la comprensión y la acogida entre todos. Es cuestión de hacerse familiar, de vivir en linaje, de donarse mediante sentimientos de benevolencia y no pertenecerse.
Es fundamental que los actos violentos cesen, también las expresiones de los líderes han de optar por otros cauces más serenos; y, en todo caso, utilizar los medios legales para resolver cualquier disputa. Seamos agentes de concordia. Nos interesa salir cuanto antes de esta decadencia moral. Cortemos de raíz cualquier deseo de venganza. El mayor reparo que podemos hacernos a nosotros mismos parte de una actitud conciliadora. A propósito, recientemente un experto de la ONU en derechos humanos, lanzaba una petición a los Estados, y también a las grandes empresas de redes sociales, para que reforzasen y revisasen sus políticas para combatir el discurso de rencor, vertido en sus plataformas, puesto que su alcance y poder de transmisión, sin duda puede ocasionar grandes daños en la vida real. Agregaba, además, que las empresas tampoco están tomando en serio su responsabilidad de respetar los derechos humanos. Desde luego, hemos de tomar buena nota de ello, al menos para reducir opresiones que van en contra de la libertad de expresión y privacidad, incitando constantemente a la coacción y a la brutalidad.
Este cultivo de hechos irracionales que proliferan por todo el planeta es la explosión de una energía ciega que nos deshumaniza y nos degrada como seres pensantes. Hemos perdido el corazón y esto es grave. Ha nacido el ser antisocial; el inhumano ser violento que se siente como el rey de la selva, el salvaje sembrador de terror que todo lo contamina de muerte a su paso, con la espada resentida y la fuerza cruel de la pedrada. Observémonos. Jamás cerremos los ojos ante esta triste realidad que nos desborda por todo el orbe. Pongámonos en acción de entendernos, al menos para tener otros abecedarios más aglutinadores, inclusivos y pacíficos, que nos lleven a no actuar por interés egoísta, por despecho contra nadie, nunca jamás por desagravio. Somos la generación del conocimiento. Seamos también la generación que vive y deja vivir, que ha dejado de ser un lobo para sí mismo, que busca compartir alientos y alimentos, que se afana por ser constructor de vida y que le desvela luchar por la justicia, resolviendo cuestiones con la generosidad de su dominio, de saber perdonar, avanzando con el genio del amor.
Conocerse es transformarse, la gran asignatura pendiente. Hay que cambiar estas oscuras opresiones por otros horizontes de luz. Será buen inicio reencontrarse, revivirse, renacerse, para no ser esclavos de nosotros mismos. Sin duda, la genialidad del amar es nuestro sustento interno, nos aparta de la posesión y nos hace libres, nos reconstruye las relaciones que son de donación y no de interés, nos ayuda a sentirnos próximos del prójimo, y a salir de ese estado de soberbia e ingratitud que nos deja vacíos y sin alma. La desesperación está ahí, en toda la tribu humana, endiosada a más no poder.
Olvidamos que somos insignificantes, que todos necesitamos de todos, que entre los emigrantes, los refugiados ocupan un lugar destacado y merecen la máxima atención. Únicamente unidos podemos huir de este enjambre opresivo de miserias, con dimensiones catastróficas, que pueden hacernos desaparecer como estirpe. Por tanto, una vez más insisto en esa cultura del abrazo auténtico y en ese culto de humanidad que nos hermane y universalice en la sencillez, para comprendernos. Lo innato y natural puede enseñarnos a fomentar ese cambio de andanzas por el astro. Dejemos de confundirnos. Todo es muy complicado antes de ser franco.
El autor es escritor.
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