Marcelo Miranda Loayza
El fenómeno populista no es nuevo en Latinoamérica, el caudillismo siempre ha formado parte de la historia del continente, básicamente con las mismas características, un líder carismático, una visión mesiánica del mismo, un pueblo encandilado por dicho liderazgo y un entorno corrupto alrededor del caudillo.
Bolivia viene viviendo el fenómeno populista hace más de una década, con los peligros que esto conlleva, la administración del Estado en manos de una sola agrupación política liderada por un caudillo. Aparte de impedir la rotación en el ejercicio del poder, construye alrededor de éste una especie de culto divino, haciendo ver a su líder como un salvador, sin el cual el país simplemente dejaría de existir, “el sol se oscurecería y la luna se escaparía”.
Otro problema que conlleva el populismo caudillista es, sin duda, el círculo cercano que rodea a éste. Generalmente se ocupan de llenar de adulaciones y halagos al caudillo, por un lado y por el otro, se ocupan de construir redes de corrupción, abuso de poder, etc. Para lograr ambos extremos se utiliza varias estrategias, brevemente descritas a continuación.
1) Los medios de comunicación cumplen una función esencial en la creación de la figura mesiánica del caudillo, para ello es necesario copar la mayor cantidad de medios con publicidades millonarias e innecesarias, esto con el fin de acrecentar las bondades del caudillo, haciendo ver a éste como el único salvador de la Patria.
2) Todos los poderes del estado tienen que estar sujetos al poder central, para así evitar la fiscalización de los recursos económicos del país y su respectiva redistribución, esto es, sin duda, caldo de cultivo para la corrupción y el abuso de poder.
3) Tanto el caudillo como sus seguidores más allegados se empeñan en predicar una visión maniquea de sí mismos, es decir, antes de la llegada del caudillo todo era un desastre y por lo tanto todo estaba mal, ya con la llegada de éste todo se convirtió en esperanza y progreso, surgiendo así una visión mesiánica del líder.
4) El mesianismo del líder es parte esencial del populismo caudillista, ya que con ello se hace creer al pueblo que él y solo él puede protegerlos y salvarlos, que solo con él se puede progresar y que solo su figura es capaz de traer paz y progreso. Para este fin no se escatima recursos en la hora de promover la visión mesiánica del caudillo, desde adoctrinamiento de niños y jóvenes hasta la composición de himnos y canciones. Todo es bueno en la hora de enaltecer la figura del caudillo, aun incluso por encima del mismísimo Dios. De igual manera surge una especie de “profetas” oficiales del caudillo, que se ocupan de interpretar los dichos y frases (muchas veces inentendibles) de éste.
5) La persecución y desprestigio de todo aquel que no comparta los “ideales” del caudillo y su agrupación ocupa un lugar esencial para la construcción de la figura mesiánica/caudillista. Las persecuciones políticas van de la mano con procesos judiciales, ahogando a todo opositor con un sinfín de juicios civiles, administrativos y penales, de igual manera se desprestigia a todos los que no comulguen con los ideales caudillistas, tildándolos de vendepatrias, enviados del imperio, derechistas cavernarios, fachos, etc. El objetivo es claro, tratar de hacer creer a las masas que solo el caudillo tiene la verdad absoluta.
6) El caudillo no puede verse a sí mismo sin la ostentación del poder, no se concibe como un simple civil, tiene adicción al dominio y al abuso. Es por ello que el líder caudillo nunca respetará el Estado de Derecho ni la democracia, pues él se ve como la suma de todo ello. Es ingenuo llegar a pensar que mediante una elección democrática el caudillo entregará el poder. El líder mesiánico solo se reconoce a sí mismo, la voluntad popular expresada en el voto democrático es prescindible, en cambio el prorroguismo inconstitucional es vital para garantizar esta visión maniquea del poder. Todos los organismos legales del Estado tienen que ser copados y avasallados, puesto que para el líder populista no importa la cantidad de los votos, sino quién los cuenta.
Como resultado de todo lo descrito, el caudillo va perdiendo poco a poco la percepción correcta de la realidad, para recubrirse de una figura divina construida en torno a su persona. Él se percibe como un mesías por encima del bien y del mal, para el caudillo él es la democracia y fuera de él nada existe.
El caudillismo siempre ha transformado a la democracia en utilitarista, es decir, que solo tiene valor si favorece al líder mesiánico y su movimiento, si no es así, es prescindible y obsoleta. De esta manera el derecho al voto se convierte en servil y violento, pues los seguidores del caudillo pasan de la militancia a la agresión, para luego dar paso, entre vítores y alabanzas, a una dictadura y por ende a la muerte del Estado de Derecho.
El autor es Teólogo y Bloguero.
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