¿De qué sirve la lucha ideológica en este instante duro y áspero si no llenará el estómago de los bolivianos y no podrá satisfacer nuestras premiosas necesidades…? En el campo moral y ético, igualmente andamos mal tras casi catorce años de egocentrismo enfermizo y descontrolado.
Al presente, debemos desintoxicarnos de la política, practicada en forma de botín de guerra y fácil modo de vida, a expensas de las finanzas públicas. Dejar en el abandono el tóxico de la politiquería y trabajar sin pausa, sin miedo, es tarea básica, la nueva razón de ser de los ciudadanos, unidos como nunca antes en el noble propósito de salvar a la Patria humillada, pero no vencida.
La juventud juega, en este afán, un rol muy importante dentro del destino del país, lamentablemente extraviado en disputas vanas, al igual que el fraude provocado a fin de eternizar a un dúo en el mando de la nación, en tanto la economía se asoma al precipicio debido al alegre dispendio de los ingresos que se reducen en razón a factores coyunturales y a una pésima gestión administrativa.
Llegó el momento de sentar cabeza, de meditar en frío sin la bronca que despiertan los acontecimientos recientes -y no al calor de la polaridad ideológica- en torno al futuro que aguarda. Contamos con recursos naturales que no son racionalmente explotados, además de posibilidades en rubros nuevos de exportación no tradicional.
Pongamos la ventana abierta al marco del interés nacional, sin banderas políticas dirigidas a construir tal o cual imperio. Rompamos las ligaduras formales y ampliemos la óptica hacia la búsqueda de otros mercados. Resulta un imperativo de la hora preservar la historia, cultura y dignidad de nuestra nación, heredad que recibimos mucho antes del 6 de agosto de 1825.
La guerra de los quince años fue perfilando la Bolivia emergente. Nada puede ni debe detener el avance, so pena de condenarnos al atraso y la miseria en un mundo cambiante. Basta de incomprensiones y del pánico abrumador. Los bloqueos ciudadanos dieron una valiosa lección de pundonor y amor a la tierra que nos vio nacer, gracias a la acción decidida de líderes de los comités cívicos y dirigentes de otras importantes instituciones. El pueblo puso su voluntad, coraje y valor.
Trabajemos con ahínco, fe y buena dosis de competitividad. Desarrollemos el agro, hoy abandonado por la migración hacia las ciudades, circunstancia que obliga a importar alimentos del Perú y países vecinos, extremo que demanda una revisión de políticas en el rubro. Institucionalicemos a los organismos públicos bajo el sistema de la clásica división de poderes del Estado.
No más centralismo suicida. Superemos el nivel catastrófico de la administración de justicia. En fin, hay mucho que enmendar en numerosos aspectos del quehacer nacional. Estas son algunas consideraciones escritas en la emergencia del correr de los días. Dios guarde a Bolivia y la proteja de ambiciones mezquinas, a fin de retomar el camino hacia una democracia plena.
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