Con la huida o escape de Evo Morales a México y el asilo que le concedió oficiosamente Andrés Manuel López Obrador, por razones humanitarias, otorgándole una lujosa mansión, 15 guardaespaldas y 8 mil dólares mensuales, ahora hay solo tres dictaduras en América: Cuba, Nicaragua y Venezuela.
En las tres se viola abiertamente los DDHH y se imponen manipulando a la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. Las tres colaboran en el sostenimiento mutuo, persuadidas de que, si cae una, caerán las otras.
En Nicaragua se cumple dos años de protestas estudiantiles y populares contra el régimen de Daniel Ortega y su esposa (vicepresidenta) Rosario Murillo, pero también de la mayor ofensiva represora que recuerde ese país en cuatro décadas.
La tragedia de Venezuela y el vergonzoso como cobarde escape de Evo Morales ha opacado la opresión con que las otras dictaduras del Caribe someten a Cuba y Nicaragua. Los abusos y violaciones a los derechos humanos más básicos se los sigue cometiendo en esos países, de todas las formas posibles y a gran escala.
Pese a eso, la oposición nicaragüense no desiste en su propósito, ni renuncia a vías como los intentos de negociación que buscan una apertura política.
Tampoco lo hace la disidencia cubana en condiciones más difíciles que en Nicaragua. En los dos casos, los respectivos movimientos democráticos han puesto buena parte de sus esperanzas en que ocurra un cambio político en Venezuela.
El pueblo venezolano está tomando ejemplo de Bolivia, donde se manifestó la juventud aguerrida, valerosa, conjuntamente profesionales, cívicos, sin utilizar armas de fuego, más que con valor, coraje, al grito de “Quién se rinde, nadie se rinde, carajo”.
Fueron incentivados por el pueblo ansioso de recuperar la democracia. Y la sola sugerencia de la Policía y las FFAA para que Morales renuncie fue suficiente para poner fin a un régimen corrupto, arbitrario, que durante 14 años manejó dispendiosamente los recursos del Estado.
Los venezolanos esperan que la salida de Nicolás Maduro del poder (que hoy se ve más complicada) tenga un efecto dominó sobre los regímenes de La Habana y Managua, así sea facilitando una transición política en cada caso.
Eso responde a una lógica: los tres regímenes colaboran para sobrevivir, aunque en condiciones distintas. Cuba parece ser una sociedad plenamente “sometida”; es decir, con pequeños pero persistentes grupos de disidentes, pero sin sociedad civil.
Todavía hoy ni Daniel Ortega ni Nicolás Maduro tienen, ni de lejos, el control social que sí tiene sobre Cuba el aparato del Partido Comunista que aún dirige Raúl Castro. En Nicaragua y en Venezuela los respetivos movimientos democráticos (opositores), aunque muy golpeados y sin la capacidad de convocatoria, siguen, pese a todo, moviendo las calles.
Curiosamente, si seguimos en el terreno de las comparaciones, la venezolana es una oposición mucho mejor articulada institucionalmente, con un líder visible, reconocido internacionalmente (Juan Guaidó), y mejor organizada (pese a sus disputas internas) que la nicaragüense y no se diga la cubana.
Probablemente esa sea una de las razones por las cuales Venezuela es el campo de batalla donde se está jugando el destino de todas esas dictaduras.
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