A la actual presidente de Bolivia, la beniana Jeanine Áñez, la he visto por la televisión, pero no la conozco personalmente. Eso sí, debo reconocer que en cuanto la vi asumiendo la presidencia vacante del Senado, me pareció que tenía coraje y que estaba dispuesta a asumir el reto.
En poco más de dos semanas nos ha convencido de que está encabezando un Gobierno capaz, eficiente, democrático.
No es tarea fácil sacarse de encima 14 años de jolgorio masista; de ese régimen que fue, mes a mes, haciendo volar por los aires las instituciones nacionales, estableciendo un verdadero campo minado en todo el territorio. Hoy día lo podemos ver todavía, pese a que la acción del nuevo gobierno, donde prima la influencia determinante de los Demócratas, no les da margen para provocar mayores daños. Jeanine Áñez ya ha dicho que jamás firmará una ley que sirva como medio de impunidad a Morales y a quienes como él cometieron delitos en años pasados, pero, sobre todas las cosas, ha logrado promulgar la Ley de convocatoria a nuevas elecciones, algo extraordinario que, además, se logró por consenso. Ahora se espera contar con los nuevos vocales para el Tribunal Supremo Electoral, aunque el vocal que le corresponde designar al Ejecutivo, fuera muy acertado: Salvador Romero. Un mandatario puede ser inteligente y equivocarse si no escucha los buenos consejos.
También, como es el caso presente, puede ser inteligente, pero, además, escuchar. Tener al senador Oscar Ortiz presidiendo la Comisión de Constitución, dándole amplias facultades, ha sido un acierto total, porque Ortiz se ha convertido, a todas luces, en el artífice del retorno a la institucionalidad en el país, donde contó con la patriótica colaboración de la masista Eva Copa.
Y al igual que Ortiz, Jeanine Áñez tiene colaboradores como Jerjes Justiniano, Arturo Murillo, Karen Longaric, Yerko Núñez, José Luis Parada y muchos que no eran conocidos pero que están haciendo una labor que sorprende, como Juan Carlos Ossio en la Gerencia de BoA. “Bolivia no se cansa, Bolivia no se rinde”, fue el grito ciudadano que acompañó a la gesta libertaria de Luis Fernando Camacho y Marco Pumari y por esa ruta vamos.
La canciller Longaric ha ejecutado la política que se esperaba desde hacía años, como ha sido el retiro de Bolivia de las inservibles ALBA y Unasur; romper relaciones con la dictadura de Maduro; expulsar a más de 700 cubanos que fungían como médicos; cesar a los mediocres embajadores masistas que pretendían continuar en funciones sin sonrojarse; y con gran criterio ha designado embajadores en misión especial a Jaime Aparicio en la OEA y a Oscar Serrate en Washington, porque eran representaciones claves. Ha anunciado, también acertadamente, que este Gobierno no designará a otros embajadores, asunto que tendrá a su cargo la próxima administración que salga de las urnas.
Sabemos que quien conduce las relaciones internacionales es la presidente y quien las ejecuta la canciller. Por lo tanto, lo anterior, y el tratamiento diplomático que se está llevando a cabo con México, atañe a ambas. Lo de México ha sorprendido, porque en el tema del asilo, donde su tradición es admirable, ese hermano país ha obrado muy mal. Mal con Morales, al protegerlo en sus incitaciones a la subversión en Bolivia, como mal con su embajada en La Paz, que, dicen, se ha convertido en una especie de hotel de masistas importantes, que solo duermen allí y en el día se pavonean por todos lados, conspirando.
En cuanto a las Fuerzas Armadas, la Presidente hace bien en no ceder a cambio de nada. Los militares no están para que se les ordene salir un día y encerrarse otro. Solo si se suspenden los bloqueos y el bandidaje en todo el territorio nacional, las FFAA pueden retirarse.
Lo contrario sería caer en una trampa del MAS. La Mandataria lo comprende perfectamente, como quienes han participado de las reuniones para la pacificación, con la COB, el Pacto de Unidad, las Juntas Vecinales, con el apoyo de la Iglesia Católica y la UE. Vamos bien con la esperanza que llegó del Beni.
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