Los países tienen todas las atribuciones para elegir a sus gobernantes, o la forma de gobierno que vean conveniente, en el marco de la libre determinación de los pueblos, sin injerencia externa y de acuerdo con el principio de equidad.
Ello ha ocurrido acá, el 12 de noviembre del pasado reciente, con el surgimiento de un gobierno constitucional y transitorio, cuya misión específica fue recuperar la Democracia y en adelante presidir elecciones, libres y limpias, en concordancia con las decisiones que asuma el Tribunal Supremo Electoral, que lidera Salvador Romero.
En Bolivia gobierna una mujer de Derecho. Y para mucha honra, indudablemente. Goza la plenitud de sus facultades mentales y no como ciertos posesos, sexagenarios, que adolecen de alucinaciones y hablan estupideces sobre la política interna de Bolivia. Está muy bien informada, además, del acontecer político, económico, social y cultural, de su país y el mundo.
Desde que asumió el mandato no ha incurrido en demagogia ni en falacia. Su gobierno culminará con la entrega del Poder a su sucesor, que surgirá de las urnas electorales próximamente.
“Donde quiera que surge un político con personalidad para presidir, dirigir, ejecutar una amplia obra de educación o transformación política, no puede evitar el que en ella queden marcados los rasgos más salientes de su carácter” (1), escribe Antonio Ferro.
Pero, desgraciadamente, intereses externos, que obedecen los lineamientos de un socialismo de nuevo cuño, tratan de empañar ese sano y patriótico proyecto, que es, quiérase o no, el resultado del movimiento de resistencia al fraude electoral del 20 de octubre de 2019, maquinado, de manera descarada, por quienes pretendían perpetuarse en el Poder. Por ello es que incurrieron en el engaño, en la mentira y la trampa.
Bolivia es un país con una historia única. Llena de búsquedas, logros y trágicos acontecimientos. Se inscribe entre los pequeños, enclaustrados, desmembrados y en vías de desarrollo, de la región. Con una abultada deuda externa. E inmensos bolsones de recursos naturales y gente esforzada que contribuye con su trabajo, con su sobriedad y decisión al engrandecimiento nacional. Obviamente, citadinos y rurales, en comunión con la Patria digna de mejor suerte.
Este afán, de interés nacional, no debe ser distraído ni descuidado por el ajetreo político, en esta etapa de transición gubernamental, sino que debe ir siempre avanzado, por el bien común.
En este contexto, debemos amalgamar voluntades, para que este proceso de cambio logre sus objetivos históricos, en unidad nacional, es decir del oriente y occidente, como un paradigma para futuras generaciones.
En suma: los bolivianos somos arquitectos de nuestro propio destino y en ese entendido deberíamos ignorar las voces desconectadas que vienen de afuera. “Sancho, los perros ladran, señal de que cabalgamos”, diríamos, a voz en cuello.
(1) Antonio Ferro: “Oliveira Salazar – El hombre y su obra”. Imprenta López, Buenos Aires – Argentina, 21 de julio de 1942. Pág. 46.
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