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[Augusto Vera]

Contra viento y marea

Cartas que se hicieron novela


Tres siglos se han cumplido de la publicación de “Cartas persas” del Barón de Montesquieu, que probablemente es el antecedente más distante, pero con seguridad el de más trascendencia de lo que es el subgénero narrativo que es la novela epistolar. Séneca y Ovidio ya habían esbozado esta forma de narrar, pero autores como Fiódor Dostoievski, luego; y Alice Walker, entre otros, descuellan en esta categoría propiamente, en diferentes épocas.

Publicada por Editorial Lacre de España y reeditada por Plural Editores en 2018, Ignacio Vera de Rada nos presenta “Valentina y Natalia”, de la que no es comprometido afirmar que, estéticamente, se inscribe en el realismo romántico, e inocultable influencia que el autor tiene de Stendhal y Flaubert, cuando explora esta área de la narrativa. Dividida en dos partes, hace una relación exquisitamente coordinada entre carta y carta en que las primeras escritas cuando el personaje central, diríase el protagonista único, como suele ocurrir en este género; aún imberbe, decide confiar, suponemos por el adjetivo de “carísimo” con que suele comenzar algunas de ellas, a su mejor amigo, las vivencias de un escolino que comienza a experimentar las sensaciones primeras e inocentes del amor.

Sus primeros acercamientos a lo que, por entonces, el protagonista y remitente de innúmeras cartas, tiempo después, sería solo un recuerdo perdido entre los años en que era difícil evitar un apasionamiento precoz entremezclado con el aprendizaje formal en el colegio, y primeros atisbos en otros conocimientos extracurriculares que a él le colmaban el espíritu.

Un segundo bloque de epístolas dirigidas siempre a su fiel Federico, nos transporta a otro escenario, el del laboral, en que todavía muy joven, y embelesado por la belleza de una mujer que todavía suma otros atributos, termina por rendirse ante la estampa de aquella diosa que aún no había traspasado, en rigor, biológicamente la juventud, aunque su comprensión sobre las cosas sibilinas de la vida, parecían aumentarle sus años.

Y en apariencia esa nutrida compilación de cartas que un tercero del que no se tiene más referencia que el haberlas encontrado, ya en el epílogo de la historia, guarda aún otro elemento sustancial en el perfil psicológico del protagonista: su veneración a la yerba, al agua de río y a las montañas y las experiencias que de ellas no tiene moderación en contarlas, disfrutándolas, porque una cosa es cierta; el deleite de la comunión con lo que se ama no solo está en la vivencia, sino en el recuerdo, y qué mejor que hacerlo en palabras dirigidas a quien es el merecedor de sus confidencias.

Todavía existe otro condimento que Ignacio Vera de Rada ha querido introducir en su obra. Bien, que en el estilo estético de esta nueva producción predomina el realismo, una vez más se propuso hacer patente su desafío a los cánones predominantes de la narrativa moderna con la que no siempre comulga. Jacob, nombre no casual, sino consecuente con la fe que profesa y el combate que las Escrituras le atribuyen a aquél con un Ángel del Señor, tiene un final inopinado porque al final de sus desdichas, su cuerpo literalmente se esfuma, quizá porque Vera quiere dar un mensaje de que, fiel a sus credos, somos polvo, o tal vez porque simplemente pretende terminar la narración con un último condimento, el del misterio, que a sus pocos años, el infortunado emisor había hallado también en la muerte.

Coincidiendo con el prologuista de la novela, y en unanimidad con otros críticos, la mayor fortaleza de la obra está en el manejo irreprochable del lenguaje, describiendo circunstancias, lugares y tiempos con técnica de la que en anteriores producciones ya hizo gala.

“Valentina y Natalia” dirige su temática a aquellos lectores que gustan del romanticismo, pero también a quienes enaltecen la exactitud de la palabra, la delicadeza gramatical, la fuerza del idioma. Claro, la novela viene en forma de cartas, las cartas son ficción, pero todo escritor relata algo suyo, íntimo.

El autor es jurista y escritor.

 
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