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[Ignacio Vera]

La espada en la palabra

Escribir en un mundo moderno


Me han hecho algunas críticas por la forma de escribir mis ideas y por mis ideas en sí: o que las expreso con un lenguaje rebuscado o que tienen que ver con asuntos muy generales, alejados de las circunstancias inmediatas que acontecen en el día a día. O ambas cosas al mismo tiempo. Son críticas sanas y, en algún grado, constructivas, que las tengo en cuenta siempre para mejorar en mi oficio de escritor. Sin embargo, la forma en que escribo y las ideas que abordo en mis trabajos son consecuencia de una situación periodística y literaria que voy a tratar de explicar aquí, y que es un problema no boliviano sino universal: la desmesurada producción y democratización de las letras y la información.

La democratización de la información no es mala; la manipulación de la información como fruto de la democratización, sí es. La caudalosa producción de literatura no es mala; la mala calidad de literatura como resultado del afán de publicar por publicar, sí es. Entonces, como se tiene mucho producto escrito, se tiene comentarios políticos del día a día por montones, y que son los reportajes periodísticos de diarios y revistas y las columnas de opinión que vemos publicados cada día por millares. Todos se ocupan o de la política o de la economía. Pocos, en cambio, de la cultura, el periodismo y la opinión pública (como asuntos de estudio) o la sociología de esas masas que adoran leer sobre política escandalosa.

No sobran solamente escritores que abordan esos temas recurrentes, sobran también los soportes donde se publica sus trabajos, o sea, las revistas y los periódicos. Entonces, por consecuencia lógica, sin dejar de ver el aspecto positivo de la expansión de éstos, los temas de los escritos literario-periodísticos se hacen superficiales y efímeros, pero muy del interés social y masivo, pues están inspirados en la agitada y violenta realidad cotidiana. Por asuntos de tiempo y espacio, no vamos a hacer una revisión ni siquiera somera de la cantidad y las estadísticas de los soportes físicos y digitales que se está publicando hoy (como hace de alguna manera por ejemplo Habermas, en su Historia y crítica de la opinión pública) pero sí de los contenidos que éstos tienen.

No es que yo esté rechazando mi propio tiempo, es solamente que intento escribir para otras personas, cuyos intereses son los trabajos literario-periodísticos de mayor profundidad (en el sentido de generalidad) y, por tanto, no tan efímeros. Así, ante los fenómenos políticos y sociales que acaecen minuto a minuto en mi país y en el mundo, prefiero asumir una actitud más distanciada y contemplativa.

Pero la causa de esta situación no es solamente la masiva producción de medios escritos o los escritores que quieren opinar sobre los asuntos más candentes de todos los días; es también la intensificación de los ritmos de vida que caracteriza a la Modernidad. Lo que la humanidad no está sabiendo ver es que ese vértigo comunicacional e informativo también puede tener su lado malo. Escribía Goethe: «Riqueza y velocidad es lo que el mundo admira, y a lo que todos aspiran; trenes, correos expresos, barcos de vapor y todas las facilidades posibles».

La gran desgracia de toda esta situación que sucintamente estamos exponiendo, es que los hechos comentados por los columnistas del día no dejan madurar las verdaderas ideas de fondo o las acciones que los provocan. El instante se traga la perspectiva, todo salta de una cosa a otra, de un país a otro, de un continente a otro; todo es veloz. Entonces el comentario periodístico (más sobre todo si es en redes sociales) se torna frágil porque no es fruto de la reflexión.

Algo análogo ocurre con la literatura, pero ése es otro asunto que trataremos de abordar en otra ocasión.

Si la modernización de la tecnología está afectando positivamente a la masificación de la información, también se nos hace necesario como humanidad caminar más lentamente en ciertos aspectos.

El autor es profesor universitario.

 
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