Contra viento y marea
Antes que nada, prefiero dejar en claro que no estoy poniendo en duda la santidad de Cefas ni de Saulo de Tarso, de quienes más bien reivindico sus obras, aunque como todo humano hayan incurrido en tantas inconductas, que tuvieron que pasar por una transmutación espiritual para hacer honor a su título post mortem.
Entonces, solo hay que revisar la historia y estar consciente de la actualidad, para tener evidencias de que el socialismo es un sistema de gobierno cuya meta es la apropiación del poder absoluto sobre el Estado. Reproduzco la sentencia que en una nota fechada en 31 de julio de 2019 publiqué en esta casa periodística, y cuya autoría corresponde a Lord Acton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto, corrompe absolutamente”; esa, que puede llamarse una premisa, si queremos hacer un silogismo, nos lleva a la conclusión de que los gobiernos socialistas, desconocedores de lo que es la alternancia y la voluntad del pueblo, son por esencia corruptos. Y me anticipo a quien en este instante pueda estar cuestionando que la corrupción no es solo de esa corriente. Efectivamente, no es exclusiva de comunistas. En todo lado se cuecen habas, pero en la doctrina del socialismo, por la tendencia absolutista que preconizan y la vocación antidemocrática de perpetuarse en el poder que tienen, la corrupción se engarza como garrapata al perro. Esa consideración está lejos de ser irreflexiva, pues basta pensar solo en el flagelo que, desde hace muchos años, padecen pueblos como Corea del Norte, Nicaragua, Cuba, Venezuela, Argentina y hasta hace poco Brasil y Bolivia, sobre los que nadie con un mínimo de cerebro podría desconocer los niveles astronómicos de corrupción que el socialismo ha generado.
Y precisamos aún más; debe haber una conciencia ciudadana de que la corrupción es un mal difícil de erradicar, independientemente de qué tendencia ideológica tome el poder, pero cuando los actores políticos se embriagan con los manjares que degustan, controlando el conjunto de la cosa pública; entonces la corrupción en todos sus niveles se institucionaliza, corroyendo los cimientos de la economía y de la moral a costa de un pueblo que sobrevive a las embestidas de la miseria.
Pedro Sánchez, Presidente del gobierno español, y Pablo Iglesias, líder de la agrupación Podemos, ambos de tendencia socialista, acaban de sellar un acuerdo político que hizo del primero, revalidar su condición de primera autoridad del gobierno español, lo cual per se, no constituiría nada extraño ni condenable, excepto porque corren voces en coro en sentido de que su sufrida victoria ha sido precedida por hechos de corrupción, tales que una danza de muchos miles de dólares producto del narcotráfico en Bolivia, y hechos comprobados de que el gobierno de Nicolás Maduro han financiado su campaña, confirman que el socialismo sigue, al pie de la letra, los métodos absolutamente cuestionables e indecorosos y que han sido empleados en todas las épocas, desde el primer gobierno en la desaparecida Unión Soviética, hasta los regímenes del Asia, África y América latina, donde el apego que tienen por el control del poder, es el motivo por el que recurren a tácticas ilícitas e inmorales.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, quienes hasta hace algún tiempo no podían verse ni en pintura, han cedido a un conmovedor abrazo con tal de cuotearse el gobierno. Y no sé si la legislación española contemple lícito que el esposo, como en el caso de Iglesias, sea uno de los vicepresidentes y la mujer de éste, sea parte del negociado gabinete ministerial, pero de lo que sí estoy seguro, es que esa forma de duplicar el poder familiar es inmoral en todas partes del mundo. La vergonzosa visita protocolar recientemente hecha por agentes de élite a la residencia mexicana en La Paz, y que el dúo Sánchez-Iglesias no pudo ignorar, termina por desenmascarar la pequeñez de dos intelectuales de primer orden que, en el orden de la moral, han desnudado su angurria de poder, porque el poder apareja dinero.
El autor es jurista y escritor.
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