La espada en la palabra
Estaba seguro de que tarde o temprano iba a salir a la luz y en nuestro medio, como una montaña que se alumbra con el claror de la mañana, un ejemplo de irrebatible contundencia para sustentar algunas ideas que enuncié en la prensa hace ya un tiempo, y por cuya publicación recibí de parte de algunos grupos radicales una serie de invectivas y hasta de difamaciones. Mantuve el silencio. Y por fin encontramos, muy cerca de nosotros, un ejemplo que ilumina, con luz inspiradora (para las mujeres esforzadas) e inquietante (para las que marchan desnudas), la relación directa de causa y efecto que existe entre el esfuerzo en el camino de la superación y el estudio, por un lado, y el éxito en la vida, por otro.
Hace poco han salido publicadas en un diario una semblanza y una entrevista sobre la actual ministra de Relaciones Exteriores de los bolivianos, la señora Karen Longaric Rodríguez. En ambos textos periodísticos se deja ver la imagen espiritual de una mujer de talla. Y ahora sabemos que está tocando con sus manos el sueño que guardara desde muy joven: ser Canciller de la República y además ser la primera mujer en ocupar este alto cargo.
Pero en ambos textos, para el lector sutil, se dejan ver además otros rasgos importantes de lo que ella es como persona. Por ejemplo, su profundo y rendido cristianismo católico (que también inculca en sus hijos), o su modo de vida adecuado a los cánones tradicionales de convivencia social. Estos elementos fueron, seguramente, los que hicieron de ella una mujer con valores y principios éticos que la encaminaron en la vía del triunfo.
De maneras elegantes y finas, circunspecta en el hablar y el vestir, Longaric demuestra a través de su sola imagen externa la encarnación de una dama admirable. Y son indudablemente estos los motivos que hacen de ella una mujer que inspira respeto. Pero además de lo que ella es como mujer, Longaric es el arquetipo general de lo que ahora necesitamos como políticos en el poder: técnicos con conocimientos específicos, académicos, personas prudentes y con una actitud serena, y gente con carrera por detrás, vinculada con el libro, la columna periodística y la cátedra. En este sentido, ella es de lejos el mejor elemento del actual Gobierno.
¿Qué es lo que la avala? Su camino en la investigación y la cátedra universitaria, entre otras cosas. Pero me dirán: ¿Y qué de aquéllas que no tienen oportunidad de labrar un camino en la academia? Yo respondo, pues, que la lucha por las oportunidades en la educación es ciertamente un asunto pendiente, pero que no será resuelto a través de la protesta callejera ni por la confrontación entre sexos, por una parte, y que la señora Longaric seguramente también encaró una lucha contra todo obstáculo que se le haya podido presentar en el camino de su instrucción personal, y que ganó en aquélla, por otra parte.
Al punto al que quiero llegar, es que a lo que debemos apuntar es a una sociedad igualitaria y con oportunidades equivalentes. Y no llegaremos a eso en tanto siga habiendo grupos que pretenden hacer de la convivencia entre géneros una carrera y hasta una guerra sin tregua para ver quién llega primero a la meta.
He ahí, pues, la prueba contundente de que la mujer puede descollar, y mucho, sin esgrimir ninguna bandera feminista, sino cultivando su camino. En la historia universal, por supuesto, hay muchos ejemplos. Repito: no se trata de hacer una batalla entre varones y mujeres, sino de superarnos por el hecho de que somos seres humanos con capacidades maravillosas que podemos desarrollar cuando así nos lo proponemos. Noblemente y con constancia.
La frase final, como parábola para la vida moderna de este siglo de vertiginosa y terrible relativización moral y ética, nos la da la propia ministra: «Mi papá decía que había que acostarse en la cama sólo cuando se estaba cansado de trabajar».
El autor es profesor universitario.
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