Clepsidra
No deja de ser curiosa la similitud existente entre los procesos electorales, para la presidencia de la república, y los torneos mundiales de ese mágico deporte que es el fútbol, tanto por su periodicidad, como por la atención universal que concita.
Salvo contadísimas excepciones, no hay quien se prive de opinar, con experticia o sin ella, sobre tales actividades que, a tiempos de realizarse, por su viralización, adquieren esa singular característica de parecer actividades de extrema sencillez.
Once jugadores contra once, y se debe hacer pasar una pelota por un arco. ¿Qué puede ser tan difícil? Ese simple discernimiento nos induce a atribuir sencillez a dicha práctica deportiva y, por tanto, la facultad de opinar arbitrariamente sobre ella, lo cual no deja de ser una gimnasia social, que torna dicho evento en un campeonato mundial maravilloso.
De igual forma en política, y en especial en épocas electorales, los bolivianos nos sentimos politólogos y se despierta en nosotros una capacidad innata para opinar sobre estos temas que, en otras ocasiones, eran aburridos o simplemente de muy mal gusto traerlos a una conversación. Dicha actitud hace también parte de la mencionada gimnasia social y ésta no sería interesante si no se le añade algunos temas que se han popularizado de forma tal, que resulta elegante y obligatorio repetirlos como clichés, mantras o letanías. Por ejemplo: “Si la oposición no se une y forma un frente único estamos perdidos y volverá el que sabemos¨.
Comenzaremos afirmando que no hay democracia sin partidos políticos, así como no habrá partidos políticos sin democracia. De ahí que, si nos planteamos seria y honradamente un sistema democrático que nos gobierne, debemos aceptar que el número de tiendas políticas o candidatos que integren una carrera electoral no sólo es saludable, sino que denota que la sociedad ha cobrado mayor interés por la política y opta por varias opciones, a fin de escapar del sistema dictatorial e inútil que nos gobernó durante 14 años.
Hace 30 años, era normal que después de las elecciones, los políticos se encierren a negociar, en un salón privado, entre partidos sin afinidad programática para formar coaliciones que disgustaban al votante. Votábamos por A, y éste hacia coalición con B y C, donde B resultaba Presidente. Quedábamos indignados, porque mi voto por A, hacía Presidente al candidato B. Esto condujo al desgaste del sistema y logró que el pueblo decepcionado con esa clase política haga Presidente a Evo Morales, para castigar al sistema tradicional.
En nuestro caso particular, sujetos a los precarios días de vida que tiene el actual gobierno, y los compromisos solemnes que le fueron encomendados, como: la pacificación del país, y la convocatoria a elecciones, éstos limitan y constriñen su desempeño, como el de organizar un proceso electoral donde reinen los debates de los aspirantes a la primera magistratura de la nación, precisamente para darle al pueblo la oportunidad de elegir la mejor opción y no sólo aquella que le ofrezca vivir bien a través del narcotráfico, protegido por milicias como en Venezuela, sino la del candidato que le ofrezca conocimiento de administración del cargo, buen roce internacional, más allá de su raza o de la chompa a rayas que éste vista.
El candidato que reúna esas condiciones reencauzará a Bolivia por los caminos de la democracia plena y de la honradez, sin necesidad de dispersar el voto.
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