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[Augusto Vera]

Contra viento y marea

Al pan, pan y al vino, vino


Los embaucadores de casi catorce años han caído, y sobre su caída impolutamente encuadrada en el ordenamiento constitucional que rige el Estado, nadie puede arrogarse exclusividad, como quienes, sin decirlo expresamente, quieren darlo a entender. De modo que los 21 días que han sucedido a la vergonzosa jornada de las elecciones generales últimas han sido el corolario de una lucha que se remonta a varios años atrás. Lucha estoica, riesgosa, valiente en que han participado dirigentes políticos de oposición, gremiales, parlamentarios; pero también la prensa no sometida a los chantajes del gobierno; los analistas políticos, el periodismo de opinión, el CONADE, el Colegio Médico, las madres que a costa de su menaje han agujereado sus cacerolas.

Entonces sería moralmente abyecto desconocer la desigual batalla que la gran mayoría del pueblo ha librado con el monstruo de cuatro cabezas, no con otro calificativo puede adjetivarse a los usurpadores de la voluntad popular que se han apropiado de los cuatro Órganos del Estado, para, en nombre de la democracia, someter, engañar, robar, defraudar y manipular derechos, libertad, vidas y dignidades.

La primera denuncia por haberse cometido un fraude gigantesco la hizo el candidato agraviado. Sí, fue Carlos Mesa quien resueltamente acusó al entonces partido gobernante de haber engañado a casi 2.300.000 bolivianos que le dieron su confianza. De ahí en más, le siguieron muchos otros líderes políticos, de opinión y cívicos. Entre éstos últimos, sin duda, tuvieron decisiva actuación Luis Fernando Camacho y Marco Pumari que emprendieron el liderazgo de una juventud indómita a lo largo y ancho de la geografía nacional.

Pero eso es una cosa, el escenario político de hoy, contrariamente a lo que por intereses personales de algunos líderes políticos y cívicos sostienen, es el mismo de antes de las fallidas elecciones; es decir con la diferencia significativa de que el Movimiento al Socialismo ya no gozará de la ventaja que el ejercicio inmoral del poder le permitió en su campaña; el enemigo a derrotar sigue siendo el sombrío autoritarismo que ya conocemos, de manera que aunque su caudal de votos –esta vez limpiamente y azotado por los diarios escándalos de corrupción que se descubre- baje ostensiblemente, la dispersión del voto opositor a esa amenaza, puede serle suficiente para ganar en primera vuelta.

Una parte del electorado todavía está deslumbrada por el desempeño de aquellos cívicos, agradecidos –y cómo no- con ellos, pero ¡vamos!, a los gobernantes no se los elige por gratitud; se los escoge por un programa coherente y serio de gobierno, se los elige por una visión de país que dé talla a los desafíos que Bolivia exige; nada de eso tienen Camacho y Pumari.

El compromiso que tenemos el 3 de mayo es determinante. No podemos dispersar el voto, refugiados en la nostalgia de aquellos fatídicos días de la resistencia. Bolivia necesita para gobernarla un estadista, no un intrépido; un político honesto, no un cívico inexperto. Escuché recientemente que para gobernar un país no se necesita ninguna pericia, si hasta Evo pudo hacerlo por más de trece años. ¿Se olvidan cómo dejó el país, entre otras cosas, por su ineptitud para conducir el aparato estatal?

Por lo demás, el actor principal, sobresaliente de lejos, es la juventud boliviana. Si a alguien debe premiarse con motivo de las justas electorales que se avecinan, es a ella que ha tomado las calles, armada de su voz y de su decisión irrenunciable de hacer respetar su voto. Los aires de libertad que respiramos pueden viciarse porque últimamente todos se creen presidenciables. Unos son temerarios, otros irracionalmente insistentes. Aquellos han dado muestras tempranas de sus apetitos personales; éstos, no se dan cuenta que Bolivia los quiere para aportar con su capacidad, pero no para gobernarlos. Ambos han olvidado de que si no fuera por la dispersión del voto, hoy tendríamos un gobierno electo y verdaderamente democrático.

El autor es jurista y escritor.

 
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