La espada en la palabra
El periodismo es una labor que debe realizarse con cuidado y meticulosidad, invariablemente. Lo ideal sería que sus ejecutores y administradores fuesen siempre personas ilustradas y probas en el oficio, cuyos intereses no sean otros que informar y criticar, en el caso de los primeros, y desprovistos de ningún interés particular o influencia que no sea la inversión económica en aras de la información, en el caso de los segundos. Cuando el periodismo está ligado a un interés económico, o de clase social, o de élite política, se desvirtúa y decanta hacia el lado de sus ejecutores (los periodistas) y, peor aún, hacia el de sus administradores (los socios inversionistas). Porque el interés del inversionista siempre será más oscuro y tendencioso que el del reportero que escribe o hace las noticias en la sala de redacción.
Ese tipo de periodismo tendencioso, aun con buenos elementos contratados en el oficio, casi siempre degenera en relativismo informativo y, mucho después, en categórica mentira. Este periodismo ya lo hemos tenido, y por montones, en Latinoamérica. Pero hoy quiero hablar particularmente sobre el periodismo estatal o público.
Aunque, en rigor, no es público ni es estatal. No es público porque de serlo las columnas del periódico Bolivia o los espacios de opinión y debate del canal Bolivia TV estarían abiertos también para encarnizados opositores del régimen, lo cual no ocurre. Nunca ocurrió. Ni creo que ocurra. Y no es estatal porque, al final de cuentas, como cualquier elemento vinculado con el Órgano Ejecutivo, termina perteneciendo económicamente siempre a un Gobierno determinado, por muy democrático que éste se diga o sea efectivamente (aunque esto no debiera ser así). Todo esto constituye un fenómeno sociopolítico que es invariable en el tiempo y en el espacio: ningún gobierno, en el mundo, tiene la virtud de adecuar el manejo de los medios en armonía con la imparcialidad. Llevada la cuestión hasta un extremo, el asunto se ilustra con la propaganda de Goebbels en el nazismo. Pero también hemos experimentado casos críticos cuando la Revolución de 1952 y el masismo, por dar los dos primeros ejemplos que se me vienen a la mente. Es por eso que el periodismo debe ser siempre ajeno al manejo de los gobiernos.
Hace poco se ha refundado el periódico estatal otrora Cambio, con el nombre de Bolivia. Y también hace muy poco se han cambiado la imagen y el logo del canal televisivo estatal Bolivia TV. Ambas transformaciones constituyen una recurrente actitud de venganza contra la política de un anterior Gobierno -actitud típica de nuestra política de rencillas que, cuando se acaba un ciclo político, levanta un edificio nuevo tirando abajo todo lo del anterior-, pero más allá de eso, el cambio, periodísticamente hablando, no resultó tan favorable como se esperaba. Hoy, tanto el canal televisivo como el medio impreso están nuevamente en franco viraje hacia la tendencia del Gobierno de turno, pues el periódico impreso, por una parte, solo acoge artículos que hablan sobre el restablecimiento de la democracia y sus noticias giran solo en torno a la gestión de Áñez, y por otra parte, el canal de televisión ha adquirido como eslogan un elemento de lucha callejera que debiera pertenecer solamente a la ciudadanía y jamás a ningún gobierno en particular.
Este fenómeno no es nuevo y se repetirá por siempre en tanto no nos demos cuenta que el periodismo no puede estar bajo la tuición de ningún gobierno. El problema, más que en la televisión y la radio, se hace visible en el periódico, pues la escritura siempre estará más propensa a ser influida por la candencia y las pasiones de la política.
Pienso que el ejercicio del periodismo debiera estar siempre en manos autónomas y descentralizadas de cualquier autoridad gubernamental. Un buen gobierno debiera darse cuenta de ello.
El autor es profesor universitario.
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