Nickolas Butler:
Estados Unidos.- A estas alturas, con tres novelas publicadas y una cuarta en camino, a Nickolas Butler ya se le puede empezar a explicar por sí solo. Atrás quedan, pues, las obligatorias menciones a Bon Iver y su conexión con Justin Vernon, faros que iluminaron la gestación del muy emotivo y sorprendente “Canciones de amor a quemarropa”, o el recitado a la carrera de ese pintoresco currículum que, de un Burger King a un tostadero de café, aún le acompañaba cuando aterrizó para promocionar «El corazón de los hombres», su segunda novela.
Ahora, coronado ya como uno de los grandes retratistas del Medio Oeste americano, Butler sólo piensa en llegar hasta donde lo hicieron Jim Harrison y Annie Proulx mientras busca nuevas maneras de seguir contando las mismas historias de siempre. Historias de amistad, fidelidad y familia como la de “Algo en lo que creer” (Libros del  Asteroide), novela con la que regresa a las librerías para explorar las fricciones entre familia y creencias llevadas al extremo.
“Esta novela está parcialmente inspirada en los sucesos ocurridos en Weston, en el estado de Wisconsin, el 23 de marzo de 2008”, leemos en el epígrafe. ¿Qué ocurrió?
Que una niña de once años, Kara Neumann, falleció por complicaciones derivadas de la diabetes. Básicamente se deshidrató. Todo lo que necesitaba era suero, pero sus padres eran parte de un grupo religioso muy extremista y relacionaron su enfermedad como una debilidad de su fe. Así que rezaron por ella en vez de llevarla a un hospital. Fue un caso muy famoso en Wisconsin, pero hasta que mis hijos no crecieron no empecé a pensar en ello e investigar sobre el tema. Leyendo casos horribles de niños muriendo innecesariamente pensé que sería algo interesante sobre lo que escribir. El problema es que era un tema muy oscuro y necesitaba algo de luz. Escribir un libro únicamente sobre curaciones por la fe y extremistas religiosos era demasiado.
Algo de esa oscuridad ya estaba presente en su anterior novela, «El corazón de los hombres». Entonces dijo que hubiese preferido hacer otra novela luminosa como «Canciones de amor a quemarropa», pero que su obligación era ser honesto con lo que ocurría en el mundo.
Exacto. Cuando escribí “Canciones de amor a quemarropa” estábamos al principio de la administración Obama y América era un lugar muy diferente. Y sí, siento que tengo una obligación artística a la hora de retratar de forma precisa lo que pasa no solo en mi parte del mundo, pero supongo que sobre todo en América. En este sentido, el extremismo religioso es algo que me preocupa, pero al mismo tiempo creo que es importante reflexionar de forma honesta sobre fe y religión, porque ahí hay elementos centrales de lo que supone ser humano.
¿Diría entonces que «Algo en lo que creer» refleja la relación de la sociedad americana con la fe y la religión?
Hablar de religión en América es algo imposible. Es muy complicado. Para mí lo que era importante era explorar la idea de creencia en un espectro en el que caben desde extremistas chiflados a gente que no cree en nada. Pero no creo que pueda sentarme aquí y decir: «Oh, sí, este libro es un análisis del comportamiento religioso en América». Nada de eso.
¿Cómo es su relación con la fe?
Crecí en la iglesia luterana, pero me considero agnóstico. De todos modos, no soy científico, soy artista, y creo que la ficción es mucho más poderosa si tiene un componente mágico. Y la religión es una especie de magia, tiene algo de pensamiento mágico, y eso es algo interesante de explorar en los confines de la ficción. Escribir sobre religión y fe en América sigue siendo tabú, pero no quiero renunciar a ello.
Una vez más, la familia está en el centro del relato.
Me encanta esa idea de historia confinada que encuentras en una familia. No tienes que ir a por la historia de un país o una ciudad. Te basta con la familia. Y en este libro me interesaba mucho plantear qué sería capaz de hacer un un abuelo para proteger a su nieto de su propia madre. (ABC)
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