Contra viento y marea
“No sería ético”, fue la respuesta de la presidente Jeanine Áñez ante la consulta periodística sobre una probable candidatura suya.
Tristemente en el subdesarrollado ejercicio de la política boliviana, la ética, aquel valor que es el bien común, no fue ni es un rasgo que distinga a los líderes que truncaron una patria verdaderamente libre. Acá se dice lo que no se hace para hacer lo que no se dice.
Y es que el nexo entre ética y política es, a decir de Aristóteles, el arte del bien común. Entonces, ¿cómo conjugamos las prácticas políticas de nuestros líderes con el comportamiento moral que exhiben? Simplemente no hay manera de que encajen ambas, porque lo que se practica es la politiquería, que es acepción antónima de la política; y es que a ésta más bien se la trata con ligereza, con superficialidad y bajeza, no obstante que debería perseguir un bien altruista, que es el fin de todas las acciones del hombre. Por eso, para los griegos era un sinsentido la existencia de la política sin la ética, precisamente por el vínculo irrompible entre objetivo, adecuación entre medios y fines, justificación racional del porqué y para qué de las acciones.
Y no es consolador saber que nuestras desviaciones en cuanto al manejo de la política datan desde antes de la República; y a solo un lustro de su bicentenario, en que acabamos de salir de un periodo de catorce años de afrentas a la moral en ese ámbito, comprobamos que el post-evismo nos quitó la venda de los ojos, y a no ser por el clima de paz y libertad, el desempeño de nuestros políticos (salvo excepciones) ha empezado a mostrar su verdadera faz. La aparente unidad de los opositores al régimen dictatorial de Morales y la impoluta presidencia de Jeanine Áñez, empiezan a resquebrajarse.
Es que resulta, desde cualquier óptica, inmoral en grado superlativo, primero la determinación conjunta de Camacho y Pumari de oficializar sus candidaturas, no solo por el vergonzoso incidente entre ambos, sino principalmente por haber utilizado su liderazgo en el movimiento de octubre-noviembre, como trampolín para sus encubiertas intenciones.
El cambio de discurso de Jorge Tuto Quiroga, justificando infructuosamente una candidatura innegablemente contracorriente, desmerece la magnífica labor que por muchos años precedentes cumplió en la lucha contra la tiranía de Morales.
¿Qué perspectivas puede tener el líder de Unidad Nacional para creer que puede ser el futuro Presidente? ¡Por favor, señor Doria Medina, un poco de ubicuidad en el escenario político no le vendría mal ni a usted ni al país! ¿Acaso el acomodo de unos tres o cuatro parlamentarios, siendo muy generosos, justifica la exposición de una democracia que ya la estamos viviendo y que puede hacerse todavía más sólida con una actitud ética y responsable? Y mejor no abundamos en el coreano que se ha propuesto participar de las justas electorales sin una organización política que la ley obliga.
Y en ese contexto, en que los que tienen una personería jurídica han decidido “ofrecerse” a quien sea, sin importar un alineamiento principista o de programas a cambio de algunos escaños, se ha provocado algo muy parecido a las náuseas de quien ve un cerdo comiendo excremento. El distanciamiento entre la ética y la política en nuestro medio goza de buena salud pese a su antigüedad, pero a casi un cuarto del Siglo XXI, y ante la amenaza común que acecha a la mayor parte de los bolivianos, los ingenuos creímos por lo menos en la generosidad y grandeza, aunque sea efímera y fingida, de nuestros líderes.
Existe una prevalencia de Maquiavelo, traducida en una supresión de la ética como categoría política y aunque su crisis es fenómeno mundial, en Bolivia alcanza ribetes indignantes.
La señora Áñez no está impedida legalmente, su impedimento para ser candidata es deontológico. Persistir en esa impostura dará pie al cuestionamiento del proceso eleccionario. ¿Y el repentino pluralismo enarbolado por los “presidenciables” está por encima del futuro de la Patria?
El autor es jurista y escritor.
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