Cuando la Sra. Jeanine Añez Chávez asumió la Presidencia de la República, y durante la gestión de 71 días, seguramente no pensó siquiera en ser candidata para las elecciones del 3 de mayo; pero, contrariamente a lo que reveló su personalidad, su calidad moral y las dotes que mostró y que convencieron a los bolivianos y fueron muestras de su decencia, seriedad, conciencia de país y vocación de servicio, parece que fue convencida por un entorno palaciego de amistades o áulicos que se pasan alabando a quien podría otorgarles ventajas o beneficios para que sea candidata.
Se puede colegir cuáles fueron las frases convincentes: “Como usted, nadie; usted cuenta con todas las atribuciones y cualidades para ser candidata y lograr, mediante el voto, ser Presidente Constitucional”; finalmente, la frase terminante: “nadie podría tener las virtudes suyas y menos la seguridad de conseguir el apoyo masivo de la población”. Frases y palabras plenas de reverencias y alabanzas que, casi siempre, en vez de favorecer perjudican a quien están dirigidas.
La Sra. Añez se sintió seguramente halagada en su ego y creyó que “así podría ser, ¿por qué no?”. Esa decisión, luego de su excelente y constructivo discurso leído días antes sirvió para el paso equivocado: aceptar ser candidata en las futuras elecciones. Este anuncio defraudó la credibilidad y confianza de una buena parte de la población que la aceptó y confió plenamente en ella porque estaba segura de que ella estaba libre de egolatrías y soberbias. El anuncio cayó como “balde de agua fría” pero, ante la seguridad demostrada en su declaración, y como era lógico, surgieron las reacciones: los unos, pocos, de aceptación, las más, de rechazo.
Por principio, quienes ocupan altas funciones de gobierno, especialmente Presidente o Vicepresidente, no deberían ser candidatos porque el pueblo, con justa razón se pregunta: ¿obrará en cumplimiento del cargo que ocupa o lo hará en su calidad de candidato? Por más honestidad y honradez que haya en quien es candidata, siempre quedará la incógnita cuando cumpla alguna función inherente a lo que hace, a lo que cumple en servicio al Estado. Efectivamente, el anterior Presidente fue candidato ejerciendo el cargo y, como él hacía lo que quería no le importó vulnerar cualquier regla o ley. Ahora, cabría decir: “Si él lo hizo, ya se sentó el precedente”. De todos modos, dada la altura, la honestidad y responsabilidad demostrada por la Sra. Añez desde que asumió el gobierno de la República, habría que esperar que renuncie a su postulación y sea hasta la entrega del poder el 6 de agosto de 2020: Presidenta de todos los bolivianos.
Una actuación acorde con las funciones que desempeña, sería lo digno y correcto esperar porque, lo contrario, por más que trate de separar funciones y objetivos, siempre quedará la duda si lo hizo en su posición de Presidenta o de candidata. Actuando en ejercicio del cargo creará susceptibilidades y suspicacias en los demás candidatos porque, sino ellos, sus partidarios considerarán que se actúa con parcialidad y preferencias sobre los demás. Por otra parte, durante su campaña ¿utilizará los medios de locomoción y las facilidades que tiene todo Presidente? ¿Cómo separará una posición de gobierno de la condición de candidata? Ella misma se creará dificultades y conflictos difíciles de salvar. Si obra solamente como Presidenta, prescindiendo de su candidatura, lo hará en la misma forma como cumplió hasta el día anterior a su decisión que descompuso todo el panorama político, desarticuló a los otros candidatos y creó dificultades para juzgar su conducta y propósitos.
El país espera, pues, que la Sra. presidenta Jeanine Áñez actúe conforme a todo lo que demostró ser desde el mismo momento en que se hizo cargo de la Presidencia, si realmente espera que haya elecciones transparentes, acordes con la moral y las leyes, sin motivos o razones para sospechas. Ella merece confianza y credibilidad que tenía desde el inicio de su corta gestión; pero todo ello no puede ni debe trocarlo en desconfianza e incredulidad; yerros en los que, si persiste en su candidatura, caerá de todos modos pese a que pretenda demostrar lo contrario.
Oponerse a su candidatura no es cuestionarla ni menos desconfiar de ella; es, simple y llanamente, querer lo mejor para el país y para ella misma. El país requiere de un renunciamiento que, en toda forma será un medio más para consolidar plenamente la libertad y la democracia, estados de vida a los que ella misma contribuyó significativamente.
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