La espada en la palabra
Es increíble cómo la política de este país puede llegar a prostituirse hasta el punto de que se ofrezca siglas y partidos como si fuesen chucherías de feria. Hasta el punto de que dos líderes de un otrora glorioso partido se estén dando de puñetazos en la calle… (¿Hasta qué punto degradante han llegado los viejos partidos?). En realidad, en los países latinoamericanos no se hace lo que realmente es política. Si se preguntara a un latinoamericano del común qué entiende por política, éste diría que es esa actividad que hacen las personas para conseguir una posición o, de plano, para llegar al poder y hacerlo suyo finalmente; si se hace la misma pregunta a un europeo promedio, dirá que es el oficio de la buena y correcta conducción de la cosa pública. En esa concepción ciudadana que tienen tanto el primero como el segundo radica la diferencia entre el atraso y el progreso. Y esa concepción corrompida no podrá ser modificada sino después de un profundo proceso de educación.
En Bolivia, tristemente, buen político es el astuto, el que mejor sabe escurrirse para meterse allí donde es vistoso y conseguir una fama que en realidad es efímera, pero que ya le es suficiente para creerse candidato a la Asamblea o presidenciable. En los países avanzados, por el contrario, buen político es el capaz, el recatado, el intelectual y el visionario. En poco más, viviremos unas elecciones que -más allá de que ahora sí sean organizadas por personas capaces y, sobre todo, probas- serán la repetición de un circo más de malabaristas y prestidigitadores que, para colmo, parecen entender poco de lo que hacen.
El circo se está armando con muchos aspirantes a la Presidencia del Estado. No hay proyectos de país, solamente rostros, y también algunas siluetas que se mueven tétricamente como en esa danza de sombras que veía Alcides Arguedas en la política nacional. Incluso hay un sujeto de mediocre capacidad intelectual que está vociferando que elaborará un programa de gobierno en tan solo siete días y que, a falta de militantes -porque, dicho sea de paso, no tiene partido alguno-, está convocando masivamente a todos los interesados a volverse políticos para llenar sus listas de candidatos. Y esto último ilustra de arriba abajo nuestra precaria situación a nivel nacional.
Sabemos que en ninguna parte del mundo se llegó a consolidar esa política casi perfecta que teorizaron los griegos, esa política platónica y aristotélica que, en la escala de actividades nobles del hombre, estaba solamente por debajo de la poesía, y sabemos que siempre, en todo lugar y todo tiempo, existió y existirá un componente maquiavélico de codicia y reproducción en el poder. Pero en Latinoamérica (y particularmente en Bolivia) la situación llega a niveles deprimentes. Aquí el poder no se busca como un medio para servir al pueblo, sino como un fin que se convierte en patrimonio de quienes lo conquistan.
Aquí la fama deforma a las personas. Las hace creerse inmortales y, lo peor, imprescindibles para el porvenir. La palestra que les dan los medios de comunicación (a veces injustificadamente) es para ellos como esos espejos cóncavos de las ferias, que deforman la silueta verdadera que tienen las personas y les hacen ver más altas.
Hay quienes dijeron que no participarían en las elecciones y ya anunciaron su candidatura. Su palabra ya no vale. ¿Por qué tendríamos que creer en sus programas de gobierno, si los tienen? Lo peligroso de esta situación es que parecerían haber dejado de lado todo miedo que tenían del masismo, y nuevamente miran sus apetitos y ambiciones egoístas. La resistencia de octubre y noviembre, así, quedará burlada como masa abúlica e ignorante. No es justo con ella, en absoluto.
Y ahora, no me queda otra cosa que decir sino que nos preparemos para elegir bien.
El autor es profesor universitario.
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