Alba Ramos Sanz
Tienes un mal día, discutes con alguien en el trabajo o tienes un encontronazo con un amigo y el mal humor te lo llevas a casa. Como se suele decir, la confianza da asco y muchas veces terminamos discutiendo con nuestra pareja temas que ni le van ni le vienen, simplemente porque estamos enervados y no medimos ni los modos, ni las formas.
Es perfectamente normal –y mentalmente saludable– comentar los problemas que nos hayamos encontrado durante el día con nuestra pareja, pero cuando estamos especialmente irascibles nos pueden sacar de quicio comportamientos a los que estamos habituados –desde cómo sostiene la cuchara hasta cómo usa el hilo dental– y provocarnos un incómodo pico de enfado extremo que termine en discusión.
“El matrimonio es el pararrayos que absorbe la ansiedad y el estrés del resto de fuentes, pasadas y presentes” comenta la psicóloga Harriet Lerner en Psychology Today, quien defiende que “después de todo, ¿para qué está nuestra pareja?”.
“Cuando un matrimonio tiene una sólida base de sólida amistad y el respeto mutuo puede tolerar una cantidad justa de emoción en estado puro”, continúa Lerner, pero pagar nuestros humos y emociones exaltadas y terminar por convertirla en la responsable de nuestro enfado nunca es la solución.
DISCUTIR ES NATURAL PERO HAY QUE HACERLO BIEN
“Una buena pelea puede limpiar el aire y es bueno saber que podemos sobrevivir al conflicto e incluso aprender de la situación” opina la especialista en relaciones de pareja y psicología femenina, pero todo tiene su momento y medida.
Algunas parejas se meten en discusiones interminables que no les conducen a ninguna parte más que a terminar culpando a la otra persona de la caída de las hojas en otoño. “Hay que tener cuidado con las peleas descontroladas e irracionales que pueden erosionar el amor y el respeto, que son la base de cualquier relación exitosa” alerta Lerner.
LA REGLA NÚMERO 1
Lerner plantea que la primera regla para que una bronca de pareja no se nos vaya de las manos es precisamente haber establecido previamente unas reglas para discutir entre los dos.
“A menudo actuamos como si la intensidad de nuestra ira nos diese licencia para decir o hacer cualquier cosa, porque, después de todo, ¡estamos tan furiosos que no somos capaces de detener lo que sale de nuestra boca!” ejemplifica Lerner quien recomienda “establecer unas normas y responsabilizarnos de seguirlas incluso en los momentos más acalorados de la conversación”.
Normas como por ejemplo que no se pueda gritar ni insultar, no poder hacer agravios comparativos con cómo eran las discusiones con anteriores parejas o algo tan sencillo como eliminar la posibilidad de empezar una pelea ante de la hora de dormir (y de paso evitarnos una nochecita incómoda y un despertar lleno de resentimiento).
Una vez las tengamos claras, los expertos en terapia de parejas incluso aconsejan tener una copia escrita con las normas en un lugar en la que ambos la vean todos los días (vayan o no a discutir, es interesante que estén siempre presentes).
Si se siguen y respetan los turnos de palabra y las reglas establecidas puede tratarse de una charla fructífera –aunque algo acalorada– que fortalece la relación.
TODO TIENE SU FIN: APRENDE A PARAR
Aprender a detener nuestro enfado y saber cuándo debemos empezar a frenar el nivel de exaltación e incluso la discusión entera es el paso definitivo para hacerlo –llegados a este punto, más bien haberlo hecho– correctamente.
“Las parejas felices no son parejas que luchan, sino las que asumen la responsabilidad de sus propias palabras y acciones sin importarles lo furiosos que se pueden sentir en su interior” comenta Lerner.
En última instancia, como recomienda la experta en relaciones matrimoniales, “si tu pareja o tú no son capaces de mantener la ira bajo control, es importante buscar ayuda profesional”.
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