La espada en la palabra
I
El periodismo es una actividad constante, indeclinable, intransferible, se la lleva en la sangre, y cuando se la comienza a ejercer, se hace adictiva. Desde que escribí en una página de periódico, me he sentido y no he podido dejar de ser periodista, pues no solamente pasé por el género de la opinión, sino por los de la noticia, la crónica, el reportaje y la entrevista. Así, pues, luego de ser cristiano (que es mi identidad suprema), soy y me siento periodista. Incluso cuando escribo ficción, no dejo de plasmar y transmitir las historias ya vividas, lo ocurrido ante mis ojos, y es que todo lo que cuento y narro es cierto. Es decir que, en mayor grado en ciertos casos y en menor grado en otros, todo lo que escribo responde a una verdad documentable o verificable. Como decía Barthes, toda autobiografía es ficcional y toda ficción, autobiográfica.
Escribir es desde siempre parte de mi rutina diaria. Cada día escribo un artículo o parte de algún proyecto más extenso en el que trabajo, como un libro o un ensayo. Otros días solamente corrijo las cosas que ya tengo elaboradas a medias, o pienso en donde reacomodar una coma o un punto o qué adjetivo puede encajar mejor en la polémica oración que todo el día estuvo dando vueltas en mi cabeza. Hay momentos en que -y en esto solamente los escritores me entenderán- las ideas afloran a borbotones y otros en que me siento como perdido en un desierto. Como sea, aprendí que la mejor forma de seguir mejorando en mi oficio, es leyendo y leyendo, y también imaginando.
Como decía, escribir ficción es también, para mí, una parte del periodismo, así como éste es una parte de la literatura. Quizá ambos, literatura y periodismo, son una misma cosa, indisoluble, unívoca; tal vez solamente nosotros los hemos alejado caprichosa y arbitrariamente en dos campos distintos, cuando debieran estar siempre en el mismo.
El deber del escritor es captar con consciencia crítica la realidad de un lugar y un tiempo. Y es eso justamente lo que he intentado hacer a lo largo de todo este periodo de actividad. Es lo que hago cada vez que escribo mis artículos de opinión, no destinados a deleitar con palabras sonoras, sino a incomodar, interpelar o reivindicar elementos sociales con argumentos lógicos.
Pero también, además de estar en la arena de la reflexión, he intentado estar en el área de la acción. Y entonces uno se encuentra cara a cara con la refriega política, cuyo rostro no siempre es el que uno espera ver. La política puede ser muy buena, pues allí en los lugares desarrollados y con cultura uno puede implementar y llevar a la práctica sus ideas y aprendizajes, pero también puede ser muy escandalosa y deprimente, sobre todo en estos países de Latinoamérica.
Con todo lo malo que hemos vivido el año pasado, he decidido intentarlo una vez más. No diré -como dirían los pequeños de cultura política- que siento un llamado del destino o la Providencia para servir a la patria y estar presente una vez más en la elección. Diré solamente que siento un llamado de mi conciencia para dar algo a mi país. Así que me presento nuevamente como candidato a diputado. Quizá sea la última vez, para luego consagrarme a lo que en verdad me gusta y creo sé hacer bien: escribir. No lo sé; lo sabe solamente Dios.
Por razones de ley y, sobre todo, de ética (para los hombres de bien ésta siempre pesará más que aquélla), debo alejarme de la escritura en prensa. Es solo un breve hasta luego. Volveré a escribir con toda mi pasión y mi toda entrega, en aras de la democracia y el progreso no solamente de mi país, sino de la región. Porque como digo siempre desde que me di cuenta de ello: yo no soy político (por lo menos no como se considera a uno aquí en Latinoamérica), sino un escritor prestado momentánea y circunstancialmente a la política.
El autor es profesor universitario.
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