En los meses de octubre/noviembre de 2019, los bolivianos hemos sido víctimas de acciones terroristas a través de hechos violentos que se los pudo ver y sentir a partir del fraude electoral por parte del ex presidente Evo Morales. Terrorismo traducido en variadas formas de expresión y crueldad: cercar ciudades, quemar hospitales, explosionar carreteras, plantas de carburantes (Senkata), armar paramilitares, declarar al Chapare como “republiqueta”, incitar a la guerra civil. Hechos degradantes e intimidatorios donde, incluso, se perdió vidas de gente inocente y ajena a esa “guerra”.
La angurria -colonial- del “poder” por parte de un “neo indígena” (Evo) y un “para-indígena” (Linera) insuflaron un terrorismo que se sustenta en diferentes conceptos. Por ejemplo la Real Academia Española lo define así: “(del Latín terror). Dominación por el terror.// Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”. En su sentido más amplio, el terrorismo es la táctica de utilizar un acto o una amenaza de violencia contra individuos o grupos para cambiar el resultado de algún proceso político.
Esta “guerra” se inicia con el fraude electoral y la fuga y/o abandono de funciones de Evo Morales y García Linera que pretendieron crear un “vacío de poder”. Estoy convencido que no fue una acción aislada ni desorganizada. Los fugados y expertos en “estrategias envolventes” (engaños) e “inmoralidades” (fascista) indujeron a un sufrimiento innecesario, golpeando las áreas más vulnerables de la población. El terror y violencia generado por sus llunk’us y racistas, en contubernio con algunos medios “evistas” amplificaron el conflicto a dimensiones escalofriantes.
Por ello, el “fugado” es acusado de 8 delitos: terrorismo, genocidio, alzamiento armado contra la seguridad y soberanía del Estado, por atribuirse derechos del pueblo, conspiración, instigación publica a delinquir, asociación delictuosa y organización criminal, cuyo campo de acción lo extendieron más allá de las regiones del conflicto.
Entonces, cuando Evo Morales sigue desde su “refugio” -brindado por los el gobierno argentino- induciendo a la violencia y el terror con parámetros habituales de las guerras, “defendiendo”, dice, su supuesta “revolución”, está actuando como un apátrida (léase, sin país, nación, cultura, idioma definidos), sin preocupación u moral alguna. Así, viola los Convenios de Ginebra de 1949, el Acuerdo y Estatuto de Londres, del 8 de Agosto de 1945, determinantes del Tribunal de Núremberg, así como las normas de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1974, por su agresión a la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Este anhelado “vacío de poder” fue otro yerro del fugado, pues su cuadro principal, neófito en política, renunció. Por ello el Gobierno transitorio respondió a este caos por medio de normas jurídicas que contemplaron su prevención y sanción. Pero Evo Morales insiste en su megalomanía imponiendo candidatos a “dedo” para mayo de 2020, los cuales, paradójicamente, son rechazados por sus bases y organizaciones sociales del MAS. Pero, ¿esta violencia fue aislada? Al parecer NO. ¿Por qué los demócratas emulan las prácticas de Evo e imponen a Jeanine Áñez como candidata presidencial? ¿Se mantiene el contubernio entre Rubén Costas y Evo? Si fuera así, entregarán en bandeja de plata la impunidad (poder) al “fugado” o al menos eso creen. Mientras, el apátrida se “escuda” en su coacción de su “voto duro”, ya que sueña con que votarán por el MAS.
El autor es Director del Cisec.
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