Economía de palabras
El gobierno de Jeanine Áñez está ahora ante un difícil dilema. Para enfrentar el cinismo de los masistas necesitaría mantener el millonario presupuesto de propaganda, pero no puede hacerlo porque debe reducir el gasto para disminuir el déficit fiscal y pagar salarios.
Un diputado masista dice que el actual gobierno debería tener ideas para vender la urea que se produce en la planta de Bulo Bulo en lugar de tenerla parada. Por ejemplo buscar mercados para esa producción.
Es decir que el actual gobierno en dos meses y medio debería haber encontrado los clientes para la urea, algo que no pudo hacer en tres años el gobierno del MAS.
Estos políticos del cocalero saben muy bien que el impacto de una afirmación es inmediato, sobre todo en una población con niveles bajos de conocimiento de la realidad. Cualquier respuesta tendría que ser más complicada, tener por lo menos dos elementos, lo que haría que el receptor del mensaje tenga dificultades para entenderlo.
Decir, por ejemplo, que Bolivia está construyendo ductos para llevar gas a Perú y Paraguay, como estuvo diciendo el anterior gobierno, es mucho más eficiente que responder diciendo que no hay gas para exportar porque todo el dinero para explorar se lo robó el anterior gobierno. El primer mensaje tiene un solo elemento, pero el segundo tiene hasta tres, y se hace complicado. En suma, es más fácilmente digerible el primer mensaje que el segundo.
Y así en muchas cosas. Por ejemplo, decir que los “mártires” de Senkata necesitan ser compensados, es más sencillo que responder diciendo que esos “mártires” eran unos vándalos pagados por el gobierno del MAS y que un agente cubano fue sorprendido con el dinero, además que no es un derecho humano de nadie proponerse dejar a una ciudad sin combustible ni luz eléctrica.
También ocurre lo mismo cuando se reclama el “derecho” de Evo Morales para ser candidato a senador, mientras resulta muy difícil recordar que ese señor fue el responsable del fraude más descarado hecho en una elección general en la historia boliviana, según lo comprobó incluso la OEA.
La cosa se complica cuando llega a temas económicos. Denunciar “masacres blancas” de masistas despedidos y lograr el apoyo de organismos, sobre todo internacionales, es más sencillo que informar que la planilla de empleados públicos creció cuatro veces con el gobierno del MAS, y que cada año aumentaba en 10%, con lo que llegó en este momento de más de medio millón de empleados, es decir burócratas, todos masistas.
En Sao Paulo, por ejemplo, todos los empleados del consulado son masistas. El nuevo cónsul, enviado por el actual gobierno, es maltratado. El nuevo cónsul en Buenos Aires ni siquiera ha podido entrar a su oficina. En esas dos ciudades habría que suspender las elecciones de mayo, pero eso caería en la guerra mediática y de propaganda.
Y sigue pendiente la pregunta, o el dilema: ¿qué hacer? Responder al cinismo del MAS o reducir el gasto en propaganda, con lo que el país se ahorraría 340 millones de dólares por año, que es lo que ese partido gastaba.
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