Todo dice que los casi doscientos senadores y diputados que ocupan los asientos de la Asamblea Legislativa Plurinacional no se han dado cuenta, en los últimos diez años, acerca del funcionamiento al revés de las manecillas del reloj del Palacio Legislativo de la plaza Murillo, que señala la hora para todo el país. Pese a las reclamaciones, dicho reloj sigue funcionando contra el tiempo y ninguno de los inquilinos de ese edificio ha movido un pelo para que se rectifique ese error de los personajes expulsados del poder hace tres meses.
Todos los días, diputados y senadores entran y salen de ese edificio y pese a que se orientan en la hora por ese gigantesco reloj, no toman ninguna decisión sobre ese problema que afecta a toda la población boliviana y cuyo funcionamiento es el hazmerreír de todo el mundo, mucho más porque se trató de una decisión oficial adoptada por el expresidente y el ex Canciller del Estado Plurinacional, ante el asombro de la opinión pública, incapacitada de reaccionar frente al régimen de terror dictatorial que regía por entonces y que amenazaba la vida de quienes adoptasen posiciones críticas.
El gran reloj de la torre del Congreso tiene características notables. Una de ellas es cuando marcha mal, se atrasa o adelanta, se detiene varios días o sufre problemas parecidos, el país también marcha mal. Es más, en cuanto se pone en condiciones normales de funcionamiento, de inmediato el país vuelve a la normalidad y entra en una etapa progresista.
Por lo contrario, desde que las manecillas del reloj giran al revés y señalan que el tiempo marcha hacia atrás, o sea del presente al pasado, el país no solo marcha mal, sino retrocede a los tiempos de las cavernas y hacia formas de organización primitivas, cuando no había ni siquiera el reloj de sombra.
Por tanto, cuando el reloj del Congreso marcha hacia atrás, también el país marcha hacia atrás. Así Bolivia no solo marcha mal sino marcha hacia el pasado, con el agravante que los ocupantes del Parlamento ya no diremos que no se dan cuenta del problema, sino que ni siquiera lo perciben. En efecto, a más de diez días que se señaló esa aberración y, aún más, esa estupidez de sus autores, los responsables no han dicho esta boca es mía y, todavía peor, siguen sometidos a ese mecanismo que va contra la realidad.
Además de ese estado de cosas, también pareciera que otros vecinos de la plaza Murillo, como los del Palacio de Gobierno, Catedral, Prefectura y otros, tampoco han percibido las críticas a ese mamotreto en que fue convertido tal reloj. Los mismos senadores y diputados, que durante sus sesiones diarias escuchan cada quince minutos las campanadas de ese aparato que gira contra el sentido del tiempo, tampoco se interesan por el problema.
Pero la cuestión es mayor. Si diputados, senadores y altos funcionarios del Estado Plurinacional no perciben ese mayúsculo problema, quiere decir que tienen destruido el sistema nervioso y, por tanto, no captan la realidad y menos desarrollan la facultad del racionamiento para comprender la política del país y realizar sus debates.
Más aún, si los padres de la Patria no captan siquiera la realidad inmediata del avance del tiempo, menos capacidad tendrán de conocer, comprender y solucionar los problemas nacionales, lo que querría decir que deben estar ocupados en sueños metafísicos, lo cual sería la causa para que el país siga rezagado.
Senadores y diputados del Estado Plurinacional han perdido la capacidad de percibir no solo el problema del reloj que marcha hacia atrás, sino también de la realidad nacional. Así, no solo está enfermo el reloj, está también mal el sistema de percepción del tiempo de los sabios parlamentarios y, por tanto, el país siga marchando hacia el abismo.
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