Tanta prédica por la defensa y veneración de la madre tierra, de la naturaleza o de la pachamama de los originarios, como salvadora del calentamiento global; tantas reuniones, seminarios y cuanta manifestación que promueven sectores públicos y privados sobre la defensa del medio ambiente; en los hechos, solamente son simulaciones para consumir presupuestos. Se tiene que relegar ese discurso mentido y vacuo e impartir una conciencia conservacionista real a las autoridades y a toda la población rural y urbana.
El amor a la naturaleza no debe ser proclama simulada y engañosa, tiene que ser práctica permanente de conservación, protección y cuidado de toda la gama de los recursos naturales, particularmente de las áreas protegidas, que son los principales instrumentos para la defensa de la naturaleza.
La construcción de caminos interdepartamentales que partan las áreas protegidas es una catástrofe, igual que en el caso del TIpnis, donde parece que, felizmente, se ha detenido la depredación por la oposición de sus pobladores. Ahora es el caso del camino de Cochabamba hacia Sucre, pasando por Torotoro, partiendo en dos partes el Parque Nacional Torotoro, un territorio con relieves geológicos espectaculares, que es la admiración de los que lo visitan. Lidema y de nuestra parte nos pronunciamos contra la construcción de esta carretera, pidiendo su continuación por Kehuayllani, Añahuani y otros lugares muy productivos, conectando a Chuquisaca por Coroma sin ingresar al pueblo de Torotoro; porque de Sucusuma a este pueblo se explota un camino que tiene una historia y tradición que debió merecer, más bien, la declaratoria de Monumento Municipal y Civil, por su tradición y su historia particulares.
Hasta la década de 1950, llegar o salir de Torotoro era una odisea; dicen que antiguamente se llegaba a Cohabamba en viaje de varios días, que se acortó con la construcción del ferrocarril de esta ciudad a Santa Cruz, cuya cabeza de riel llegó a Vila Vila y la estación anterior Sivingani utilizaban los torotoreños después de un viaje de un día y medio. Luego unos hermanos de Tarata de apellido Prado, que explotaron una concesión minera de plomo en las laderas de Kehuayllani, al este del cerro Huayllas de Torotoro, por causas que hay que esclarecer se ocuparon de impulsar la construcción del camino de Sucusuma a Torotoro, como un ramal del precario camino de su mina a Anzaldo, en compensación de regalías que adeudaban por dicha explotación minera.
¡Parece que llegaba el fin de la angustia de los pobladores de Torotoro por travesías penosas y contarían con un camino de camión para viajar a Cochabamba! La contribución de los Prado tampoco fue muy grande: proporcionarían algunos cartuchos de dinamita para vencer algunas dificultades rocosas y destacaron a uno de sus capataces mineros que a punta de hilos e improvisado nivel de un tubo de vidrio, trazó las zetas del camino de subida por Ulala khasa, Tujuhallana hasta la cumbre y la pradera hasta el sitio de Misión Cruz y la corta bajada al pueblo. ¡Una gran proeza! Seguramente unos diez kilómetros que lo separaban de la civilización.
Antes los viajes a Cochabamba eran un verdadero acontecimiento, que pocos los hacían; y a los viajeros se los despedía con chicha y comida en la orilla del río, en un sitio natural de gigantesca losa de roca que como un alero salía de la diaclasa que bajaba del Huayllas, llamado Buen Retiro y que algún Alcalde ha permitido su destrozo con la mayor impunidad para ensanchar el camino existente.
Pero lo más sensacional del caso es que la mano de obra de la construcción de ese ramal de camino la prestaron todos los habitantes varones que residían en ese entonces en el pueblo, con trabajo de dos días en una primera etapa y otros dos en una segunda. En ese tiempo, yo adolescente de unos 14 años, me encontraba seguramente de vacación y acompañé a mi padre en esos trabajos y siempre que viajo al pueblo, al pasar a unos 600 metros arriba de Tujuhallana observo el puente de piedra que bajo la dirección de mi padre se construyó para vencer un arroyo y que continúa sólido y útil en ese trecho en el que yo también trabajé.
Así culminó la llegada del camión a Torotoro, con trabajo y esfuerzo de su gente, donde no hubo ayudas de ONGs, ni del Gobierno ni de la Prefectura, menos de la Alcaldía de Torotoro que era pobre de solemnidad en esos días, para que hoy con todo ese emplazamiento de maquinaria pesada lo destruyan sin miramiento ni respeto. Además destruyen toda la geología espectacular e imponente y uno de los pocos residuos de sotales que sobreviven en la zona.
En otras circunstancias y en otro país más culto, los autores y cómplices de semejante atropello terminarían en la cárcel.
El camino destrozado era bueno, de un aceptable gradiente, trazado con pericia por un capataz minero petulante y ensoberbecido. El camino podía ser mejorado, aun asfaltado, pero no destruido.
El autor es creador del Parque Nacional Torotoro.
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