Entrelíneas
El pasado 10 de febrero, de manera intempestiva, Evo Morales hacía abandono de Argentina con destino a Cuba, para someterse a un tratamiento médico. Varias versiones fueron circulando tras el viaje no programado del jefe de campaña del MAS y aspirante a una senatoria en Bolivia.
De las declaraciones del presidente Alberto Fernández se discurre que Morales goza del estatus de refugiado político y no así la condición de asilado, que le fuera inicialmente otorgada. Su nuevo estatus hace que disfrute de más derechos de protección y suministro de necesidades básicas, pero también de obligaciones para con el país patagónico, como el de informar oportunamente su intención de viajar al exterior, además de expresar las razones que motivan la ausencia temporal y las fechas de retorno.
Aunque en contrapartida, paulatinamente va perdiendo credibilidad dentro y fuera de la Argentina, los frágiles artilugios de hacer creer a cuanto ingenuo trasnochado, su condición de víctima y perseguido político y claro está, su conveniente imagen de indígena socialista. Morales nunca fue expulsado, menos existe prohibición para que retorne al país que abandonó por propia decisión y voluntad. Ello sólo ratifica su condición de “delincuente confeso” que huyó de la justicia boliviana que lo acusa por sedición y terrorismo.
Es la primera vez que el insigne huésped cocalero abandona Buenos Aires desde que recibiera asilo político el 10 de diciembre de 2019, pero es la segunda visita que hace a Cuba. Su salida coincide con varios eventos de gran importancia en el plano político y económico tanto en Argentina como en Bolivia. En el caso argentino, el arribo de la delegación del FMI, encabezada por el venezolano Luis Cubeddu, el 11 de febrero -un día después de su viaje- para renegociar una deuda de 44.000 millones de dólares y así evitar la inminente austeridad fiscal.
En Bolivia, el TSE observó su candidatura a senador por Cochabamba, al igual que la del presidenciable Luis Arce del MAS. Su partido, cedió nuevamente a sus caprichos de habilitarlo en la lista de candidatos para blindarse ante supuestas agresiones políticas externas, pero, principalmente, gozar de inmunidad para evitar la instauración inminente de un juicio de responsabilidades.
Más allá de estas y otras argumentaciones, su sola presencia en territorio argentino viene tornándose insostenible por el grado de hastío e incomodad que genera en momentos tan vitales para el futuro de su estabilidad económica, que depende en gran manera de las negociaciones con el FMI. Al parecer, esta es la razón principal de su partida a La Habana, pretextando un aparente tratamiento de salud, que resulta ser el maquillaje perfecto para evitar tensiones y animadversiones innecesarias, entre la casa rosada y ese organismo internacional.
De ahí que los rioplatenses empiezan a sentir el costo político que representa la estadía del autócrata que, día que pasa, se convierte en aquel invitado tóxico que solo causa problemas, desagrado y fastidio. Tal como están las cosas, llegará el momento en que el mandamás de la Casa Rosada tenga que elegir entre seguir protegiendo al populista errante autócrata o el financiamiento internacional con el FMI, Europa, Estados Unidos y otros organismos; las relaciones bilaterales y el flujo comercial con Brasil y, principalmente la venta de gas boliviano tan requerido en la época invernal.
Lo cierto es que el pintoresco populista errante deberá acostumbrarse a hacer maletas constantemente, pues a donde va, rápidamente provoca desencanto y dada su alicaída reputación internacional, representa un obstáculo perjudicial para sus anfitriones. Las opciones del “dulce auto-destierro” se van reduciendo, aunque siempre puede recurrir al retorno -cosa que no hará- o, finalmente, asentarse en Cuba, Venezuela o quizá en la fría y lejana Rusia.
El autor es docente e investigador Universidad Mayor de San Simón (UMSS) – Cbba.
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