Ratifiquemos, en principio, nuestro homenaje de gratitud, de reconocimiento y de admiración, a todos quienes contribuyeron con su esfuerzo, coraje y temple a recuperar la Democracia, la paz y la libertad, que fueron quebrantadas por el autoritarismo, durante 14 años, en el país.
Éste logro significará, con el correr de los años, el aguijón para seguir acelerando, a fondo, el avance boliviano, en la diversidad y con inclusión social, hacia un futuro mejor o sea hacia el anhelo de todos los tiempos y de todas las generaciones, desde que Bolivia surgiera, en 1825, como país libre e independiente.
En la búsqueda de ese propósito la movilización popular de noviembre reciente provocó, como bien sabemos, el desmoronamiento de las obsoletas estructuras de un supuesto régimen izquierdista, cuyos líderes huyeron despavoridos a México, a solicitar asilo. Desde este país, en connivencia con el presidente Andrés Manuel López Obrador, instruyeron cercar las ciudades bolivianas, para que sus habitantes perezcan de hambre, de sed y desesperación. Felizmente ya no se imponen los tiempos de Katari sino un Siglo XXI que ofrece otros recursos para sobrevivir en la adversidad. Tienen en mente conformar milicias armadas, para reemplazar a las Fueras Armadas de la Nación, y acabar con quienes piensan diferente, como ocurre en Venezuela, de Nicolás Maduro, donde campean el hambre y la miseria.
La Paz ha sido la más damnificada por la violencia y el terrorismo, que asumieron las huestes del gobierno depuesto. La maltrataron con dinamitas y hondas, quienes llevaban “guardatojos” y “monteras”, pese que la sede de gobierno jamás estiló odio contra nadie. Prueba de ello es que parlamentarios, identificados con el azul y blanco, pasean libremente por la calle Comercio y el mercado Lanza.
El odio envenena el alma, cierra la mente y endurece el corazón. De ahí que el paceño no es odioso sino amistoso, solidario y comprensivo. Pero los chistes de mal gusto le sacan de quicio. Entonces utiliza el “farol” para vindicarse o hace huir a los ruines al exterior. Posiblemente con este hecho honra ese dicho de: “La Paz, cuna de la libertad y tumba de los tiranos”.
“Nada se consigue con el odio, sólo el amor es fecundo”, solía decir Arturo Alessandri, ex presidente de Chile.
Obviamente que con amor se puede sobrevivir en paz, sin sobresaltos y con la conciencia tranquila. Pero con el odio, difícil. Uno tendría que vivir sobre ascuas o al borde de la vesania.
No permitamos que aparezcan los devotos de Caín, que asesinó a su hermano por intereses mezquinos. O, más propiamente, los partidarios de acciones fratricidas. Tampoco permitamos que levanten cabeza los posesos que incurrieron en el fraude electoral.
En suma: ahora Bolivia, con una población que sobrepasa los once millones de habitantes, está inmersa en un proceso electoral promovido por el gobierno constitucional que preside la doctora Jeanine Áñez. He ahí unas palabras rememorativas.
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