Sisinia Anze Terán es la autora del libro “Juana Azurduy, la furia de la pachamama”, editado por Kipus. En sus páginas traza los rasgos biográficos fundamentales de esta valerosa guerrillera, nacida el 12 de julio de 1780 en Toroca, localidad enclavada en el actual departamento de Potosí, territorio perteneciente en su tiempo al virreinato de La Plata.
Memorable personaje por sus hazañas y fuerte personalidad que le dan una impronta de amazonas, como lo fuera en Francia su tocaya Juana de Arco, que liberó a su país de la invasión en mítica acción de armas.
Hay agilidad y claridad en el relato de la escritora cochabambina, quien intercala pasajes de diversa época, sin obedecer de modo estricto a una relación cronológica, formando un flash back intrépido, a la vez que interesante. Sucesos dolorosos golpearon la existencia de la aguerrida mujer en su pre adolescencia, encadenados en sucesión ininterrumpida, pues quedó huérfana de madre y, luego, de padre; por lo que sus tíos se hicieron cargo de la tutela y, para desligarse de la atención de la muchacha y usufructuar los bienes heredados, la internan durante siete años en el convento de Santa Teresa, donde luego tomará contacto por intermedio de su esposo Manuel Ascencio Padilla con los revolucionarios, involucrándose de lleno.
La narración ambiental que inserta la escritora le da un toque simpático, cuando en el capítulo Juana encarna a Juana manifiesta: “se recostaba sobre el césped a soñar con los personajes de sus libros favoritos. Le gustaba contemplar el cielo, perseguir a las escurridizas nubes en su lerdo paso, seguir las gradaciones de luz y de sombra de las coloridas tardes, percibir el siseo de la brisa entre las ramas y el murmullo de las aguas en la fuente”. Asegura Sisinia Anze que al sólo evocar la gesta de Juana de Arco, en el recinto del convento la joven boliviana se extasiaba y caía en un estado febril, así como despreciaba la vida apacible de las monjas.
Otro tanto sucede en la defensa que asume ante el abuso físico de un hacendado sobre los pongos, que observa sin poder contener su furia y expresar sus sentimientos; extremo que denota alta sensibilidad social, tal vez por haber conocido poco antes la obra de denuncia de Bartolomé de las Casas en torno a los excesos de colonos españoles en relación con los nativos.
Bajo la forma dialogada con un sobrino, doña Juana desglosa recuerdos de su vida, entre ellos respecto al origen de Juan Huallparrimachi y su contribución a la gesta emancipadora, la pesadilla que vivió junto a sus hijos que le robó la lucha armada al transitar por abruptos caminos y, finalmente, su amor por Manuel Ascencio Padilla.
A modo de anécdota apuntaré que don Joaquín Gantier vivía apasionado por la vida y obra de doña Juana Azurduy y, en su condición de custodio de la Casa de la Libertad en los años sesenta del pasado siglo, en Sucre arengaba ante nutrida concurrencia respecto a la insigne guerrillera de la independencia.
En lo personal me hubiese agradado que la investigación de Sisinia Anze Terán, muy valiosa por cierto, tocara con mayor detenimiento la última época de la existencia de doña Juana, ya en tiempos de la joven república, que según se conoce fue dura y de muchas limitaciones materiales.
En suma, en los fastos históricos Juana de Arco y su admiradora incondicional, Juana de América, ocupan lugar preferente en calidad de defensoras de la libertad y justicia, enunciados supremos en los ciclos de vida de la humanidad.
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