Vladimir C. Calatayud Cáceres
Se llama Síndrome de Estocolmo a la reacción psicológica de una víctima de secuestro, cuando ésta desarrolla un vínculo afectivo con el secuestrador. Su nombre fue acuñado por el criminalista Nils Bejerot, al observar las reacciones de los rehenes por el atraco a un banco en Estocolmo, en 1973. Hoy se utiliza este nombre en el ámbito doméstico y más frecuentemente para designar también a lo conocido como Síndrome de la mujer u hombre maltratado. La víctima de maltrato experimenta lealtad hacia el maltratador, lo que le impide abandonarlo o denunciarlo. Las personas que padecen el Síndrome de Estocolmo suelen malinterpretar como si fuera un acto de humanidad el hecho de que no haya violencia hacia ellos por parte de los agresores, experimentan sentimientos positivos hacia ellos, defendiéndolos antes las autoridades.
Las causas del síndrome particularmente se presentan en personas que están en una situación adversa, como un secuestro, cuando impera el instinto de supervivencia. Por ello, la persona al sentir que está en una situación que no controla, trata de protegerse y para ello satisface las peticiones y necesidades del secuestrador. Hay que tener en cuenta que a veces, en estas situaciones la persona está aislada, sin escapatoria, y su único contacto es con el captor. La sensación de pérdida de control es tal, que la asimilación de la misma resulta muy complicada, y por eso la persona para sobrellevar su situación trata de identificarse con las motivaciones del secuestrador, para que así la adversidad cobre algún sentido.
Puesto que los secuestros son menos frecuentes, quizás sea más interesante centrarnos en un ámbito en que, por desgracia, este síndrome se produce de manera más frecuente. Nos referimos a las situaciones de violencia en la pareja. Como hemos dicho, en situaciones de violencia reiterada, y ante la falta de control de la situación, surgen ciertos mecanismos de supervivencia que nos permiten sobrellevar una situación adversa con menor dolor emocional. Por un lado, observaremos en estas personas ciertas distorsiones cognitivas, como la minimización del problema, la negación o la disociación. Es decir, la persona tenderá que restar importancia o incluso negar la existencia de un maltrato reiterado, y justificará los actos del agresor.
En esto, por supuesto, hay cierto miedo de la víctima a las represalias si el problema sale a la luz, pero también necesita “tapar” o minimizar lo que está ocurriendo, pues asumir que la pareja ejerce maltrato es emocionalmente muy difícil de asimilar. En estas víctimas podemos observar también la llamada “Indefensión aprendida”. En palabras sencillas, la persona se siente indefensa ante el problema puesto que haga lo que haga, desobedezca u obedezca al agresor, las circunstancias van a seguir siendo las mismas, el maltrato va a continuar y además será impredecible.
El aislamiento que se da generalmente en estas víctimas hace que tenga una serie de creencias y un modelo mental determinado, que van a contribuir a la unión con el agresor en un vínculo de poder de dependencia. Ya no habrá bueno y malo, pues la víctima interpretará cualquier agresión como provocado por ella, por no haber obedecido o cumplido con lo deseado por el agresor. La víctima se vuelve sumisa y dócil, y extremadamente cauta en sus actuaciones para garantizar su supervivencia. Todo esto explica cómo ante una vivencia tan terrible, las personas maltratadas a veces se niegan a abandonar al agresor, retiran las denuncias, a pesar de que queden expuestas a un asedio seguro. Más allá del miedo a las consecuencias, existe la sensación real en las víctimas de que no saben valerse por sí mismas y necesitan del agresor.
En casos de víctimas de maltrato por parte de la pareja o cónyuge, se ha definido los siguientes niveles psicológicos con los cuales se formaría el síndrome de Estocolmo:
Fase Desencadenante: ante los primeros signos de maltrato por parte de la pareja, la víctima deja de sentirse segura y de confiar en ella. Esto genera sentimientos de desubicación, sensación de pérdida de referente, tristeza o episodios de tipo depresivo. Fase de Reorientación: la víctima intentará buscar nuevos referentes, pero al encontrarse prácticamente aislada de su entorno, le resultará difícil comparar su situación con la de los demás. Fase de Afrontamiento: la víctima asume el modelo mental de su pareja, como modo de gestionar la situación de maltrato en la que está inmersa. Por ello se culpabilizará, se ubicará en un estado de indefensión y le restará importancia a lo que ocurre. Fase de Adaptación: la víctima se identifica con el maltratador y se consolida el Síndrome de Estocolmo.
El entendimiento de estos procesos permite una mayor comprensión y empatía hacia las víctimas de maltrato y aislamiento forzado, que muy a menudo son concebidas como débiles, desequilibradas. Los procesos psicológicos que se generan a raíz de las situaciones de maltrato reiteradas son muy complejos y no debemos tomarlos desde el punto de vista simplificado, restándoles importancia.
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