Recientemente terminé de leer una excelente biografía de Miguel Ángel, lo que me permite retener con claridad ciertos pasajes de la obra, y en consecuencia resulta inevitable evocar la impresión que le provocó al artista la belleza de un hijo del pintor renacentista Francesco Francia, por lo que le encargó decir a su padre, que le salían mejor sus hijos que sus cuadros.
Y no obstante que en la carnavalesca política boliviana resulta siempre complejo hacer analogías con circunstancias serias o personajes de gran importancia, a nuestros políticos les salen muchísimo mejor sus idioteces que su propio ejercicio en la política.
Claro que en medio de la mixtura de sandeces que de sus bocas afloran, unos se destacan en ese ámbito sobre otros que de todas maneras hacen moderados esfuerzos para ponerse a tono con aquellos.
Y en ese contexto me sentí invadido por sentimientos que van desde la risa sarcástica hasta la indignación total, pasando por una obligada lástima por la calidad de gran parte de nuestros aspirantes a líderes, al escuchar la vehemente condena de quienes tuvieron un paso manchado por el gobierno, a los casos de corrupción en Entel y los Ministerios de Educación y de Culturas que se dieron últimamente. Sin duda que estos vergonzosos episodios son una pésima señal para el gobierno, aunque el sentido común me aconseja creer que fueron casos de inconductas aisladas y no responden a una línea general. En todo caso, la descalificación de esos hechos por quienes tienen en su haber incontables y multimillonarios hechos de corrupción durante catorce años, es simplemente un descaro.
Sigue siendo de carnaval atribuir una persecución política al gobierno de Jeanine Áñez o una injerencia del Órgano Ejecutivo en la justicia, precisamente por quienes hicieron de esa práctica un método para intimidar a sus adversarios. Entonces suena a parodia. Y no hay que descartar que algo de eso sea evidente, pero que lo denuncie cualquiera menos un militante del proceso de cambio.
Culpar a Mesa, Áñez y Camacho por las muertes que se dieron en la mentada resistencia previa a la renuncia de Evo, es más falso que billete de quince bolivianos, cuando los causantes de tal tragedia que azuzaron los ánimos de sectores afines al MAS, fueron los propios dirigentes del proceso de cambio. Luego, caricaturesca es la tesis de que el expresidente se vio obligado a salir del país para evitar más violencia, si una vez fuera del territorio, es el propio Morales quien convoca al caos.
Las tácticas electorales pueden explicar algunos deseos que los políticos las disfrazan de verdades, pero hacer parodia de las cifras es simplemente menospreciar la inteligencia del pueblo, porque qué otra cosa significa sostener con entusiasmo que la transparencia de las elecciones de octubre queda probada con el 31 % que la única encuesta hasta ahora realizada le confiere al MAS en la intención de voto, cuando la que fue anulada, dio como resultado final un 47 %. ¿No es acaso una broma de la temporada? Pues esa evidencia de los fingidos ganadores, es más bien prueba irrefutable del engaño perpetrado.
Que la CPE sea una de las más modernas y avanzadas del mundo, es puro cuento, porque adolece de muchos defectos y vacíos, sin contar su aberrante uso del idioma, pero que la inhabilitación de Evo sea violatoria de su texto, o que esa decisión del Tribunal Supremo Electoral se debió únicamente a la presión ejercida, como sostuvo otro candidato; es la prueba de que unos desconocen lo que promulgaron y de otros, de su limitado entendimiento de la norma que no necesita de ninguna presión si es aplicada por un tribunal idóneo.
La fiesta continúa, porque como se es Presidente las 24 horas del día, y aun cuando se duerme, deslindar ese rol del de candidata en solo una persona es imposible, por eso la ética lo desaconseja, pero la ley no lo prohíbe. La alegría del carnaval sin duda es contagiosa. Algunos ya se van quitando la máscara.
El autor es jurista y escritor.
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