Muchas veces, resultan peregrinas las políticas de los gobiernos porque hacen o permiten hacer lo que no corresponde, lo que los perjudicará en cualquier instante; hacen lo contrario a sus buenos propósitos e intenciones porque se obnubilan, se ciegan y hasta obcecan con sus propios comportamientos. Un viejo axioma dice: “Sé poderoso para que tu propio poder te pierda”. Esta es una verdad cuando el poder ciega y no deja ver lo que está prácticamente “en la punta de las narices”.
La presidenta Jeanine Áñez Chávez asumió el poder de la nación con las mejores y sanas intenciones: sus declaraciones iniciales la mostraron como una mujer digna, honesta y responsable, dispuesta hasta a sacrificar su vida para servir al país; pero, muchas veces -por debilidad o indiferencia- parece que no ha visto yerros que, cometidos por sus colaboradores, le causan problemas y dificultades a ella. Permitir el “dejar hacer y dejar pasar” es un arma siempre de un filo y muy afilado, muy contundente y terminante porque pierde a quien lo dice y permite hacer.
El mal, con rostro bien mimetizado, es la corrupción. Quienes asumen algún poder -muchas veces sin mérito alguno- creen que debe servir para beneficio propio, que pocas veces se lo tiene y mientras esté a disposición hay que aprovecharlo; esta es verdad que asumen y practican los que logran asir cualquier poder en cualquier gobierno, porque, además, consideran que tienen inmunidad y nadie podrá “dejar de aprovechar cualquier situación para beneficiarse”.
Los rumores y comentarios, los chismes de cocina o de mercado o de la calle propalan lo que es y no; pero, “cuando el río hace ruido quiere decir que piedras trae”. Así, cualquier rumor incierto se convierte en verazmente evidente y se propaga con facilidad. El régimen de gobierno que casi cumplió 14 años de poder omnímodo, ha dejado sembradas semillas de corrupción. Así se han presentado casos en ministerios donde funcionarios que, parece estaban acostumbrados a la corrupción, ingresan al profundo pozo del boicot. El gobierno se dio cuenta y los separó de las funciones encomendadas bajo principios de buena fe: pero, ¿servirá ello?
Por supuesto, los casos descubiertos últimamente podría atribuirse también a que “hay imitación porque hay seguridad de contar con garantías porque “se trabaja así por el partido” y se “honra a los nuevos jefes”; esta es realidad que las autoridades deben cuidar porque desde el más alto como el más bajo de los empleados podría “tentarse” y traspasar las puertas de la corrupción que son anchas.
El gobierno tiene que cuidar su honra y prestigio que están encomendados a sus ministros y personal jerárquico que hasta en la vida privada deben mostrar conductas morales muy altas y hacer honor a su condición de ser servidores del Estado y del gobierno. No caben los pretextos ni disculpas porque debe quedar entendido que los funcionarios conocen por lo menos el decálogo de vida que da normas para el comportamiento y, dentro de ellas está la de “no robar” y no siempre dinero sino robar la confianza, la fe y prestigio de quien lo contrató, robar al país la seguridad de que la burocracia pública debe contar con las condiciones de virtud necesarias; en otros términos, mentir y engañar para conseguir situaciones o bienes para beneficio personal o de la familia o de áulicos que nunca faltan y que viven de los que confían en quienes no deben.
Para el pueblo, lo ideal es que el gobierno cuide su propio prestigio y honra, que esté libre de caer en situaciones ajenas a las leyes y que su vida pública y privada sea ejemplo para todos, ya que combatir el delito que cometen los propios colaboradores debe ser constructivo tanto cuanto se lo investigue, se establezcan verdades, se juzgue y sancione. Las conductas “consentidoras” porque se trata de “allegados” son siempre malas porque éstos, en cualquier situación, deben ser ejemplo de honestidad y honradez.
El gobierno si no quiere ahogarse en sus propias aguas tormentosas de la corrupción en la que están inmersos muchos de sus colaboradores, tiene que sentar precedentes y no tener contemplación alguna para juzgarlos y sancionarlos y no basta con despedirlos del cargo sino lo que corresponde es el resarcimiento del daño causado y sufrir las sanciones que correspondan por el delito cometido. Si la presidenta Añez no procede enérgicamente contra la corrupción, puede estar segura de que las consecuencias las pagará muy severamente, ya que los descuidos en el cumplimiento de las normas morales y legales acarrean consecuencias.
La presidenta Áñez debe tener en cuenta que la corrupción de algunos funcionarios de su gobierno, por inocente que sea ella, recae sobre sí misma porque no quiere o no puede poner freno y sancionar a los que delinquen a costa del Estado y del gobierno. Es preciso, por todo ello, que disponga las acciones legales más enérgicas contra los corruptos y eso logrará despejar la mala imagen que sectores interesados se forman de usted que no debe olvidar que la corrupción en un gobierno es un cáncer que lo contamina todo y hay que combatirlo hasta extirparlo.
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