Los falsos profetas que prometían la redención de los pobres y la construcción de una sociedad sin la explotación de los más vulnerables, andan sueltos, aprovechando la coyuntura electoral, que culminará los primeros días de mayo de 2020.
Continúan sembrando cizaña y propalando señales demagógicas, dentro y fuera de nuestras fronteras, tras el rotundo fracaso de sus propósitos políticos, en el gobierno. Pues no lograron edificar la sociedad justa y equitativa, pese que, entre 2008 y 2015, vivimos tiempos de auge, por los altos ingresos que marcaron las ventas de gas y minerales. Entonces se imponía una economía de bonanza, jamás vista en la historia Patria. Pero, desgraciadamente, los pobres se multiplicaron en las minas, en el campo y en los sectores populares de las ciudades, donde las riadas y los deslizamientos provocaron grandes pérdidas materiales. Ahí tenemos, sin ir muy lejos, los desastres naturales de Tiquipaya (Cochabamba) y Kella Kella (La Paz).
En sus desvaríos creen que son los “enviados” o “salvadores” de la Patria, que la gente llora por ellos. Lo mismo decían quienes representaban a las dictaduras militares desplazadas hace aproximadamente 38 años. Lo cierto es que acá nadie tiene fe en los “enviados” ni en los “salvadores”. Ni llora por éstos. “Salgo a la plaza y no veo llorar a nadie”, dijo cierto parlamentario, identificado con el azul y blanco.
Piensan que con sus “fórmulas económicas”, que no hicieron otra cosa que engordar el bolsillo de los indeseables, que pretendieron, inclusive, fugar del país, en las últimas horas, construirán un país fabuloso, sin pobres ni explotados. Un país con igualdad y justicia social en el discurso, pero en la práctica un desastre. Anteriormente no lo hicieron, pero que ahora lo intentarían.
Falsos profetas que destilan odio y rencor en contra de quienes suponen son los responsables de la caída y huida, en noviembre del 2019, del país. Que se han propuesto sustituir con milicias a la institución tutelar de la Nación. Que amenazan e intimidan, con sus “amigos militares”, a la Democracia, cuya restitución le costó sangre, dolor y luto, al pueblo boliviano. Que tienen en mente iniciar procesos judiciales en contra del Tribunal Supremo Electoral por alguna inhabilitación que habría recaído sobre ellos.
Sus palabras son falacias. Sus promesas, una mentira. Sus gestos, una hipocresía. ¿Qué podemos esperar de ellos, que están acostumbrados a jugar con la ciudadanía? Nada.
Estamos experimentando tiempos electorales. Estamos viviendo con la esperanza de que haya cambio por el bien común. Estamos disfrutando de una convivencia pacífica sin zozobra ni incertidumbre. Pero aún hay gente, como los falsos profetas, que buscan empañar, con caprichos personales y argumentos infundados, este proceso que debe finalizar con la elección de nuevos gobernantes.
Hay gente que respira aún por la herida, abocada a desacreditar a quienes tomaron la iniciativa de reencauzar la Democracia, vía nuevas elecciones, en el marco constitucional.
En suma: a estas alturas de la historia no es bueno ni conveniente prestar oídos a los falsos profetas.
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