Cuanto más tiempo transcurre, la humanidad vive en medio de confusión y contrariedades: un mundo que avanza en muchos campos y cuya tecnología no puede medir hasta dónde puede llegar; un mundo en que la insolidaridad de los que más tienen se hace más patente, más dura, más egoísta, más carente de sentimientos. Análisis y estudios que se hacen tanto en el mundo rico y desarrollado como en los pueblos pobres y subdesarrollados, muestra que el mundo está poblado por un 75 % de pobres y tan sólo un 25 % que es compartido por los más ricos con los que poseen lo necesario y abandonaron los grados de extrema pobreza.
El 75 % de la población mundial padece grados extremos de pobreza, hambre y enfermedades y, a la vez, es el mundo que sufre las consecuencias de las confrontaciones y las guerras, es un mundo que vive esperanzado de que las naciones comprendan que la soberbia que demuestran permanentemente en su existencia, está supeditada al grado de sufrimiento de los países pobres que, con el transcurrir del tiempo, pueden convertirse en una especie de bombas de tiempo que podrían desencadenar todo lo que padecen los pobres y hasta hacer que el orbe periclite; pero, hay obcecación por no ver ni sentir, existe una indiferencia rayana en lo increíble y hay una especie de complejos que hacen ver cuánto avanzaron los ricos en pos de mejor vida y no reconocen que es a costa de los que padecen hambre, miserias y enfermedades; viven a costa de los pueblos que poseen mucha dignidad y que querrían valerse por sí mismos antes de ser dependientes de ayudas y comprensión de los que tienen y cuentan con sobrantes que los destinan a ese mundo llamado marginal y ajeno a la civilización mal entendida por ellos porque viven obcecados con lo que tienen.
Los pobres, con el mismo derecho de los ricos, tienen derecho a vivir y en su mayoría solamente existen para sobrellevar sus males traducidos en hambre y enfermedades donde hay madres con senos flácidos que no pueden dar alimento a sus hijos porque tan sólo esperan morir de hambre e inanición; un mundo de mujeres y hombres que padecen los rigores de enfermedades que no pueden recibir atención médica alguna y menos medicación para paliar los dolores causados por sus males; un mundo en que se predica amor al prójimo y lo menos que se hace es no tener ninguna compasión por él, que, abandonado a sus pocas fuerzas, trata de salir del profundo pozo de miseria, una pobreza que es vista y comprobada por quienes podrían remediar tan sólo con la inversión de menos de un 5 % de los presupuestos destinados a sostener guerras y con el 1% de lo destinado a la ciencia y la tecnología que estudia e inventa los mejores métodos para matar y destruir.
No obstante lo negativo que se hace en la vida, no se quiere entender que la humanidad no debe vivir en permanente contradicción, contraria a sí misma, ajena a sus propias conveniencias, ausente de lo que debería implicar la solución de todos los problemas; todo ello determina que todo derive en guerras y enfrentamientos porque la pobreza, el hambre y las enfermedades forzosamente conducen a las diferencias, a los enconos y a situaciones en que se piensa que cada quien debe lograr por la fuerza lo que necesita, por la acción de las armas, por destruir las situaciones de injusticia y se hace mal uso de las libertades, las virtudes y los valores del ser humano que, en vez de acrecentarlos se los disminuye y hasta minimiza; las guerras resultan, pues, corolario de la insolidaridad y la indiferencia que se hacen odios y rivalidades, posiciones contrapuestas entre personas, naciones y países. Hoy, posiblemente Dios piensa que tal vez el hombre reacciona ante males que deba sufrir y permite que resurjan enfermedades del pasado y que otras nuevas surjan como es el caso del dengue, el coronavirus, el zica y tantas otras que tienden a cobrar más víctimas.
Todo mueve y obliga a que haya cambios efectivos en las conductas, en los sentimientos y en las formas de encarar la vida; todo señala caminos por los cuales se inviertan los trillones de dólares y monedas fuertes para combatir a la pobreza, las enfermedades y el hambre que asuelan al mundo; todo se convierte en objetivo supremo que la humanidad tiene que alcanzar para vivir plenamente y dejar de existir solamente como muchos pueblos lo hacen; finalmente todo convoca a la unidad, a la amistad, la concordia y la armonía que mientras no se produzcan los cambios requeridos los males se harán mayores y las consecuencias se agrandarán hasta concluir en un colapso general.
No puede ser que en un mundo que se dice civilizado, libre y con primacía de virtudes y valores hayan desaparecido el amor, la caridad y la esperanza para encontrar los caminos de una paz permanente, de una condena total a las guerras y los enfrentamientos; que se entienda que solamente con la fe en Dios y en los mismos seres humanos será posible la convivencia mundial y el encuentro de felicidad a que tienen derecho todos los seres humanos. Son las organizaciones mundiales como Naciones Unidas, las Iglesias de todas las religiones, conjuntamente las instituciones que rigen la vida social, política, económica y cultural del orbe, las que solidaria y mancomunadamente deben encontrar los senderos más aptos y propicios para salvar a la humanidad antes de que un colapso nuclear aniquile a la humanidad.
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