Antonio Tovar Piérola
Como bien se sabe, con pretexto racista en la época hitleriana se desencadenó el terrorismo en toda su amplitud y crueldad, especialmente en contra el judaísmo. Todo el poder del estado nazista se apoyaba en el sistema del terror, siendo los campos de concentración la espina dorsal de su estructura. Posteriormente esas experiencias aprovecharon las dictaduras de América del Sur y Central. Es evidente que esas actitudes tuvieron sus precedentes en épocas de la Revolución Francesa, cuando se desató una política de terror para establecer los cambios pretendidos. También la Inquisición fue una especie de terrorismo político bajo la envoltura religiosa y asimismo en Norteamérica la caza de brujas y el Ku Klux Klan, con sus tribunales de Lynch, fueron formas de terrorismo y violencia propugnados por extremistas políticos y criminales.
En años recientes, en diversos lugares del mundo se suscitaron ataques a personas, detonando bombas en estaciones ferroviarias, aeropuertos y otros lugares. También se ha practicado, particularmente en nuestro medio, los secuestros masivos de poblaciones íntegras, que fueron sometidas al cerco y bloqueo, privándoles de alimentos, combustible para los quehaceres domésticos, carburantes para sus medios de transporte y demás medios elementales de subsistencia.
Todos esos actos, conforme a lo debatido oportunamente en la Organización de Naciones Unidas y las conclusiones a las que se llegó, ingresan indudablemente dentro de ese calificativo de terrorismo, puesto que pusieron en peligro las “libertades fundamentales” de los ciudadanos, fomentando además acciones de crueldad y odio, calificadas como crímenes de lesa humanidad e infracción a los derechos humanos.
Se debe entender que la historia del terrorismo está ligada a la historia de la violencia, por lo general dirigida a intimidar u obligar a cumplir exigencias y propósitos que dan pie a la realización del acto terrorista. Desde luego que son actitudes que requieren de amplia ayuda financiera, estrechos contactos y relaciones con personajes que pretenden lograr ventajas personales, a costa incluso del sacrificio de sus propios correligionarios, a quienes inducen a la violencia sin medir ninguna consecuencia.
Todo lo correlacionado con estas actividades y cualesquiera sean sus causas, han sido motivo últimamente de discusión en foros internacionales, especialmente en Europa. En nuestro medio aún no se condena convenientemente estas actitudes, por ejemplo en algún tiempo atrás se trató de minimizar los efectos y la consecuente condena de responsables, llamando “caza bobos” a las minas antipersonales, proscritas desde hace tiempo en gran parte de los pueblos civilizados del mundo, ocurre también que se tergiversa los hechos concretos para inculpar a las fuerzas del orden, al contrario de lo que verdaderamente ocurre, en desmedro de los elementales derechos humanos, por lo que es necesario exista una legislación acorde y similar a la de países desarrollados para combatir eficientemente al terrorismo, en cualquiera de sus formas, ingresando de esa manera a una era de vida y relaciones efectivamente civilizadas.
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