Tan sólo podemos emplear bien el presente. Debemos comportarnos de forma responsable y con compasión por los demás. La compasión como la justicia, la solidaridad, el ejercicio de la libertad y todas las virtudes exigen relación con los demás. Ese comportamiento obedece a nuestros intereses porque es la fuente de toda felicidad y alegría, y el fundamento para tener buen corazón. Nuestra felicidad está unida a la felicidad de los demás. Es imposible ser feliz a solas.
El Dalai Lama envía un mensaje a toda la humanidad sin distinción de creencias, género, nacionalidad o profesión para que nos aseguremos de hacer que nuestra vida esté tan cargada de sentido como sea posible, preocupándonos por ser felices. Esta es mi reflexión personal.
Por medio de la amabilidad, del afecto, la honestidad, la verdad y la justicia hacia todos los demás aseguramos nuestro propio beneficio. Es de sentido común. Podremos rechazar la religión, la ideología y la sabiduría recibidas de nuestros mayores, pero no podemos rehuir la necesidad de amor y compasión. Esta es mi religión verdadera, mi sencilla fe. No es necesario un templo o una iglesia, una mezquita o una sinagoga; no hay necesidad de una filosofía complicada, de la doctrina o el dogma. El templo ha de ser nuestro propio corazón, nuestro espíritu y nuestra inteligencia. El amor por los demás y el respeto por sus derechos y su dignidad, al margen de quiénes sean y de qué puedan ser. Esto es lo que todos necesitamos.
En la medida en que practiquemos esas verdades en nuestra vida cotidiana, poco importa que seamos cultos o incultos, que creamos en Dios o no creamos, que seamos fieles de una religión u otra, o de ninguna en absoluto. En la medida en que tengamos compasión por los demás y nos conduzcamos con la debida contención, a partir de nuestro sentido de la responsabilidad, seremos felices.
Con amabilidad y con valentía, acoger a los demás con una sonrisa. Ser claros y directos. Y procurar ser imparciales y ecuánimes. Tratar a todo el mundo como si fueran nuestros amigos. Y esto con sus consecuencias podemos afirmarlo como personas que desean ser felices y no sufrir. Para poder ser nosotros mismos.
Creo que estas palabras, que expresan una profunda convicción, coinciden con las actitudes más profundas de personas comprometidas social y políticamente que han caído en la cuenta de nos encontramos ante un cambio de paradigma que se extiende sin cesar con esa increíble arma de destrucción masiva que es la explosión demográfica y la exponencial agresión al medio ambiente en el que vivimos, nos movemos y somos. Es preciso aportar nuestro esfuerzo en una revolución espiritual que supone una revolución ética.
El autor es Profesor Emérito U.C.M.
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