Parafraseando a Pedro Luis Angosto (2019) fueron registrados 21 millones de casos de cáncer en el mundo y la mitad de estos enfermos morirá en menos de cinco años. En 2018 murieron 30 millones de gripe, una enfermedad tan común como el sarampión, alrededor de 29 millones por el dengue. En 2017 más de 14 millones de niños murieron de hambre en el mundo mientras los países occidentales tiran a la basura toneladas de alimentos. ¿Por qué ocurre ello? Simple, porque los muertos son los pobres y los negros. ¿Por qué la Organización Mundial de la Salud (OMS) en vez de callar, no denuncia y condena el reparto mafioso y monopolístico de los nuevos tratamientos por parte de transnacionales farmacéuticas?
Hace unas semanas surgió en una región de China un virus que causa neumonía y tiene una incidencia mortal menor al 1%, pero la “bomba” –que es económica y política- estalló. En primer término la precaria salud en el mundo no se debe al Coronavirus. Se trata de impedir que los chinos pudiesen demostrar que hay campos en los que ya están por delante de Estados Unidos y, por supuesto, de Europa. No hay otra explicación ni otra razón.
Por ello, la difusión “catastrófica” por parte de los medios de comunicación “poderosos”, con las redes sociales, decidieron que este virus es el problema más terrible que azota al mundo desde la peste bubónica del Siglo XIV que diezmó la población de Europa en un 1/4%. No sé cómo surgió este virus, lo único que sé es lo que cuentan los especialistas, y es que si se descuida, mata y deja algunas secuelas. La prevención es simple, la higiene, dicen los “expertos”.
¿Cuál es el quid crucial? EEUU tiene por primera vez desde el final de la Guerra Fría un serio competidor que se llama China. Ese competidor se alimentó desde los años 80 por las potencias occidentales debido a su enorme población, a su pobreza y a los salarios bajísimos de sus trabajadores –“casi esclavos”-. Ahora produce cerca al 20% de todo lo que se fabrica en el mundo y pronto dará el gran salto que la coloque como primera potencia mundial -haga lo que haga Donald Trump-, porque tiene el capital, la tecnología y la mano de obra necesaria.
Con la información apocalíptica sobre las consecuencias y expansión del coronavirus o Covid 19, se da un paso más en la nueva guerra fría que ha inventado Trump, dejando claro a China que todo vale en la guerra y que su ascenso al primer puesto les va -nos va- a costar sangre, sudor y lágrimas. El Coronavirus NO arroja datos alarmantes, primero porque no se expande con el ritmo de las grandes epidemias que ha sufrido el mundo; segundo, porque tampoco los porcentajes de mortandad son equiparables a los de otras plagas como la “gripe española”. Pero, y dentro de un lenguaje medieval, se intenta crear pánico a escala global y por eso cada día nos cuentan que han descubierto “nuevos casos” de Coronavirus, en países de Europa e incluso de América latina.
Se trata de alimentar el bicho del miedo a escala global con fines estrictamente políticos y económicos, que nunca antes como hoy, en la sociedad de la desinformación, han existido tantos medios para imponer las mentiras como verdades absolutas al servicio de intereses bastardos. El Coronavirus no es el fin del mundo ni nada que se le parezca, es una enfermedad normal como tantas y con poca mortandad, pero la manipulación mediática interesada puede llevarnos a una crisis de consecuencias devastadoras.
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