Contra viento y marea
Creo que ningún boliviano podría ocultar su orgullo si alguno de sus connacionales pudiera ganar un premio Nobel, en el entendido de que el mundo no ha instituido aún un galardón que lo supere, tratándose del reconocimiento en las cinco o seis áreas de que la Fundación sueca se encarga.
Tampoco creo arriesgar nada si digo que de entre todas las categorías que son premiadas anualmente, el Nobel de la Paz resulta el más emblemático. Es cierto que quienes auspician y designan a los ganadores nunca han establecido que alguno de ellos tenga mayor importancia sobre los demás; pero es evidente que en un periodo de la historia de la humanidad en que ha habido tantos y tan cruentos conflictos, y muy especialmente en los últimos cien años, contribuir a la paz debe ser la tarea más noble y más edificante que alguna persona jurídica o física pueda acometer.
No voy a caer en el simplismo de minusvalorar, por ejemplo, los avances en la medicina o los grandes descubrimientos en la física o química que son decisivos en el adelantamiento de las ciencias y que permiten curar enfermedades que por siglos azotan al mundo o que en definitiva permiten averiguar fenómenos de los que, luego, se valen para mejorar la calidad de vida, ya tan venida a menos. Pero ¡qué puede ser más constructivo y más noble que fomentar la paz entre los que pueblan el planeta! Nada más bello puede haber que evitar o detener un conflicto con la sola intención de defender la vida y los derechos humanos. Nada más hermoso puede haber que prohijar postulados o corrientes de grandes pacifistas que en medio de la beligerante naturaleza del hombre, el mundo ha dado. Albert Einstein, Martin Luther King, Santa Teresa de Calcuta o Mahatma Gandhi por nombrar solo algunos. Y entonces, los bolivianos estaríamos orgullosos de contar entre los nacidos en esta tierra, a alguien que tenga un perfil que lo haga merecedor de semejante halago: ganar el Nobel de la Paz.
En su momento, Adolfo Pérez Esquivel, argentino de nacimiento, nos hizo sentir ufanos como latinoamericanos, por su defensa de los derechos humanos que lo hizo acreedor al Nobel de la Paz; y de pronto ese sentimiento se convierte en indignación porque propone a Evo Morales al mismo premio. Es que Pérez Esquivel justamente por ser ganador de él, no puede ignorar que el ex presidente de Bolivia ha sido impulsor del desconocimiento a los derechos humanos por más de una década, repartido entre duras invectivas cargadas de odio y de racismo; de misoginia y discriminación; de exhortaciones expresas al enfrentamiento entre bolivianos y de excitación a las masas para privar de alimentos al pueblo y de un, no casual, acoso a las mujeres amparado en el omnímodo poder que detentó. Y quién puede olvidar que la primera autoridad del Estado haya cohonestado el uso de dinamitas en las calles por sus simpatizantes y que sembraron el terror en quienes resistieron el fraude electoral, habiendo él mismo prohibido mediante decreto supremo, unos años antes, el uso de cualquier explosivo en manifestaciones públicas.
Si alguien cree que en esto hay exageración, consulte las hemerotecas, los videos de archivo en los canales de televisión, y finalmente acuda a su memoria, para recordar que Evo Morales fue un encendido apologista de la violencia en el país.
Decía que el de la Paz, debe ser el Nobel más preciado, porque quien instituyó estos galardones, de alguna manera lo hizo como redención por el dolor que su más importante invento, la dinamita, provocó en conflagraciones que han segado la vida de millones de personas. La Primera Guerra Mundial fue el más exigente examen de que la nitroglicerina superó sobradamente las expectativas de su creador. No fue el fin que lo llevó a perfeccionar ese infeliz artefacto, pero la miseria del hombre le dio un uso que el noble Alfred Nobel nunca imaginó.
Por supuesto que Evo Morales no será el ganador, pero la simple mención de su hipotética nominación es un revés que ofende la dignidad de los bolivianos.
El autor es jurista y escritor.
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