Entrelíneas
Pese a los esfuerzos por evitar su propagación, el coronavirus (Covid-19) ha penetrado las fronteras de los países, dada su facilidad de contagio de persona a persona y cuyos síntomas podrían aparecer en tan solo 2 días o hasta 14 días después de la exposición.
Lejos de realizar infravaloraciones acerca de su magnitud, es urgente aplicar medidas de emergencia sanitaria ante este brote, la adopción de restricciones para contenerla y, de este modo, evitar la sobrecarga de las estructuras hospitalarias que, junto al personal médico, constituyen lasitudes a ser mejoradas rápidamente. Esto de acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que establece que Bolivia cuenta con uno de los sistemas sanitarios considerados “débiles” de la región, junto a Venezuela, Paraguay, Guatemala y Honduras.
Más aún si tomamos en cuenta nuestra capacidad de reacción en relación con naciones vecinas, que ya se encuentran en la fase de respuesta a casos y conglomerados de casos del Covid-19. El país pasó del escenario de casos importados al escenario de transmisión local del coronavirus, registrándose 10 casos hasta el momento.
Al margen de tales limitaciones, me resulta imposible no sentir “vergüenza ajena” ante los intentos de bloqueo, cierre y obstaculización de ingreso a centros hospitalarios de enfermos de Covid-19, que dan cuenta de aprestos perversos de sabotaje y, principalmente, externalizan carencias de humanidad, solidaridad y pronta atención a quienes se encuentran atravesando esta dura realidad. Lamentablemente, estos hechos no contribuyen a la conservación de la calma y la aplicación oportuna de medidas de control, prevención y contención para evitar la propagación de la enfermedad en el país.
Cómo no sentir vergüenza ajena ante las acciones irracionales de personas, cuyo argumento válido no es otro que su limitada información y conocimiento acerca de los protocolos de control del virus. Quizás, siguiendo el viejo dicho “piensa mal y acertarás”, no resultaría descabellado apreciar un boicot tendencioso a las medidas de control y bioseguridad asumidas por el gobierno central y, con ello -claro está-, visibilizar una vez más las miserias humanas que esconden las inclinaciones político-partidistas, a quienes -por cierto-, los responsabilizamos por el paupérrimo estado del sistema de salud.
De igual forma, resulta inconcebible el triste papel desempeñado por aquellos médicos y trabajadores del área de salud que, lejos de mantener la calma, seguridad y confianza, contribuyeron militantemente a la generación de la histeria y la psicosis colectiva; aliándose junto a vecinos en este nuevo bochorno, que será recordado por la historia y claro está, por la implacable, dura y siempre justa memoria del colectivo social.
Este fue el caso del Hospital San Juan de Dios de Santa Cruz, donde además procedieron a apedrear la ambulancia que trasladaba a una mujer con alto diagnóstico de Covid-19. Similar situación se registró en Warnes, donde se opusieron a la instalación de un centro de aislamiento en el edificio del que fuera la Escuela Militar Antiimperialista. En Oruro bloquearon el ingreso al Nuevo Hospital Corea; en El Alto, pseudo dirigentes vecinales expresaron su negativa al ingreso y acceso a centros de salud. En Cochabamba, en la zona de La Tamborada bloquearon el ingreso a la Villa Olímpica -elefante blanco del anterior gobierno- ante el anuncio de convertirla en centro de aislamiento por la emergencia sanitaria.
Pese a las limitaciones de personal médico, insumos y sobrecarga de las estructuras hospitalarias de un débil sistema de salud heredado, se agrega la falta de respeto, tolerancia y solidaridad ciudadana. Qué lejos estamos de emular siquiera lo que vienen haciendo nuestros vecinos, para contener esta nueva enfermedad con la que tendremos que aprender a convivir de ahora en adelante.
El autor es MGR. Docente e investigador.
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