Contra viento y marea
Por mucho esfuerzo mental que haga, cuesta entender las rarezas que ocurren en nuestro país. Está bien, nos hallamos en un periodo próximo a elecciones generales y ganar electores para los políticos es irreprochable, porque no hay otra forma de ganar el gobierno si se piensa –como lo hacemos- que todo será transparente. Pero todo tiene un límite y en este contexto, el límite es la decencia, la cordura, la sensatez, la coherencia. Claro que esos términos constituyen un entramado que se emparenta con la educación y la formación de las personas.
En un tiempo especialmente sensible para el mundo, del que Bolivia no pudo sustraerse y no podría hacerlo porque es parte de él, pareciera que el virus que sacude a gran parte del orbe afecta más al cerebro que a las vías respiratorias, cuando particularmente en estas circunstancias es que el pueblo todo debe enfrentar un enemigo común. Y entonces no puedo sino experimentar un sentimiento de desencanto al comprobar que los comportamientos de políticos y de los que a ellos se aferran, parecen acercarse más a los de los mamíferos más irracionales de la naturaleza. Desentrañamos lo que siempre estuvo ahí: la podredumbre de la sociedad.
Responsabilizar al Ministro de Salud por la aparición en territorio nacional del Covid-19 que nos está conduciendo a la histeria, impedir rabiosamente por parte de “vecinos” próximos a hospitales de El Alto y Santa Cruz a la internación de enfermos comprobados o probables del coronavirus, perseguir una ley para privar de libertad a quienes contagien la pandémica enfermedad, hacer campaña electoral con el infortunio que los bolivianos viven por ese motivo como ya se vio en Palacio Quemado, o adulterar insumos preventivos del mal, me parece execrable.
Sugerir por lo menos, como lo hizo el ex presidente Morales, que si los médicos cubanos no hubiesen sido expulsados del país, hubieran sido un buen aporte para enfrentar la epidemia, simplemente es cínico, tratándose los aludidos más bien de un contingente de inteligencia militar que de profesionales en medicina, cuya formación, por otra parte, resulta muy cuestionable.
La novedad infausta del año es que se ha comprobado que Bolivia no está preparada para controlar el evento que nos toca vivir. Los pocos hospitales públicos y de la seguridad social no tienen el equipamiento ni los recursos humanos necesarios. Las denuncias del personal de uno de los nosocomios dan cuenta de que se está reutilizando material desechable. Dolorosa realidad para un país que un día le toca luchar contra la opresión y otro para salvar su vida. No se ha tomado las previsiones más aconsejables, es cierto. El gobierno ha centrado en los días más críticos su atención en restituir a un censurado, aunque eficiente Ministro, ante una determinación política y no jurídica, como es su naturaleza, lo que no quita que fue una actitud abiertamente desafiante a esa suerte de impeachment constitucional. Grave error del régimen.
Las noticias dieron cuenta que los pacientes infectados con el coronavirus pueden ser quemados si se los interna en determinados hospitales. Hemos llegado a un grado de intolerancia tan salvaje, que sólo la coyuntura que atravesamos hace que por el momento elija tragarme las sandeces que hacen y dicen los políticos y sus adherentes, porque esta etapa requiere de unidad entre los que nos han dejado sin un hospital decente a pesar de los ingentes ingresos percibidos y los que han arriesgado su vida por la restitución de la democracia.
Hoy -decía- prefiero aguantar tanta herejía política y condenar esos insólitos hábitos que han creado el mal venido desde China. Dicen los que saben, que la nueva pandemia ha nacido de la ingesta de murciélagos y otras criaturas en tiempos en que comer carne de granja ya es muy cuestionado. Hoy prefiero resistir tanta barbaridad dicha y hecha de uno y de otro lado, exhortando a la responsabilidad ciudadana para superar el difícil trance que atraviesa la salud pública.
El autor es jurista y escritor.
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