Mientras el país estuvo gobernado por el totalitarismo masista, resultaba contraproducente hablar de inversiones por considerar que ello implicaba capitalismo, un sistema que el propio régimen practicaba en tanto y en cuanto convenía a sus intereses. Hablar del tema era, además, para los posibles inversionistas extranjeros una especie de “insinuación para que no lo hagan”, porque no había las condiciones y garantías necesarias para hacerlo, no solamente por las políticas gubernamentales restrictivas sino por lo aleccionados que estaban los sindicalistas de izquierda extrema para que “el capitalismo no tenga cabida”.
Hoy las circunstancias han cambiado porque, felizmente, fueron recuperadas las libertades, las garantías democráticas, la vigencia plena de la Constitución y las leyes y, lo más importante, el pueblo puede tener la seguridad de que no será coartado en sus deseos de trabajar con eficiencia y capacidad para producir más y mejor. Las inversiones que el propio ex primer mandatario y su Ministro de Economía trataron de conseguir, tanto en los Estados Unidos como en Europa, han fracasado totalmente, porque los empresarios a los que se expuso “la existencia de garantías y condiciones para trabajar en Bolivia”, no creyeron ni en una palabra. Esos trámites ante el empresariado foráneo han resultado vanos y costosos para el país porque ambos personajes se prodigaron en gastos para reunir a quienes se consideraba “seguros” inversionistas, por conversaciones de diplomáticos del país que no entendían ni sabían de lo que se buscaba con la gestión para conseguir que capitales financieros, tecnológicos y humanos vengan al país.
Es innegable que las inversiones dan como resultado que la producción mejore cuantitativa y cualitativamente y que ello permita contar con grandes excedentes para la exportación, políticas que han logrado el desarrollo y progreso de los países considerados del primer mundo. Lamentablemente, ello no ocurrió en naciones donde se impuso el castro-comunismo como forma de gobierno y medio de manejar la economía: rechazo total al capitalismo y manejo discrecional e irresponsable de las políticas económicas.
El gobierno tendrá que desarrollar políticas, especialmente mediante las embajadas del país, que permitan entablar conversaciones con quienes podrían invertir en el país y también garantizar plenamente la inversión del capital privado, otorgando las garantías más serias y tratando de convencer a la clase trabajadora que en libertad es posible conseguir la diversificación de la economía, pero sobre la base de políticas sanas, coherentes y libres de presiones y condiciones onerosas. Los trabajadores saben cuánto necesita el país de inversiones para alcanzar desarrollo, progreso y, con seguridad, sabrán responder a las expectativas que se tiene.
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